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Actualizado: 26 de junio de 2025
¿Pero cómo vino el secreto a poder de Burton Blair? preguntó ansiosamente. ¡Ah! observó el viejo, mostrando las palmas de sus manos morenas y endurecidas, esa es la cuestión. Sobre esas mismas cartas que usted tiene, sé que Poldo Pensi, el exbandido de Calabria, inscribió en inglés las instrucciones del Cardenal. En efecto, notará usted que la redacción revela que su autor ha sido un extranjero.
No me preguntéis por las facciones de su cara, ni por las dimensiones de su cuerpo..... Allí, como en todas partes, per troppo variar natura é bella..... Hay, pues, Granadinas morenas y Granadinas blancas; de pelo negro, de pelo castaño y de pelo rubio; altas y bajas; delgadas y gordas; feas y bonitas.
Fogoneros libres de servicio, rubios muchachotes vestidos de blanco, permanecían erguidos en medio de esta muchedumbre, contemplando de lejos, tímidos y sonrientes, a ciertas beldades morenas, como si esperasen hacerse entender con su inmovilidad silenciosa. En el fondo, junto al castillo de proa, continuaba sonando la gaita invisible su gangueo pastoril.
Varias muchachas morenas, con delantales á rayas de diversos colores, danzaban en torno de la mesa. Pero á pesar de esto, don Marcos husmeaba algo lúgubre en el ambiente. ¡León, los sables! El príncipe se había puesto de pie, después de mirar su reloj, dando esta orden al criado de confianza, que estaba detrás de él.
Los otros padrinos se habían ido más lejos aún; los tres chóferes, enterados al fin del objeto de la correría, se agrupaban al pie de un peñasco, avanzando las morenas cabezas, abriendo los ojos ávidamente, pero sin que éstos reflejasen emoción alguna. Los dos argentinos seguían en lo alto de la roca, con las piernas colgantes, silenciosos y atentos como espectadores que ven levantarse el telón.
Le atemorizaba la tribuna pública, donde no se había movido nadie, aguardando sin duda la rectificación del venerable orador: toda aquella aglomeración de blusas blancas y pecheras sin corbata, rematadas por cabezas morenas que le miraban con fija frialdad como diciendo: Ahora veremos lo que contesta ese tío.
La blusa de cutí azul dibujaba sus recias espaldas, descubriendo cuello y manos morenas; ancho sombrerón de detestable fieltro gris honraba su cabeza, monda y lironda ya por obra y gracia del barbero. Una hermosa tarde estival aguardaba a Amparo muy ufano, porque en los bolsillos de la blusa le traía melocotones, adquiridos en la plaza con sus ahorros.
Hija de una familia distinguida de la capital, sus excesos imaginativos y reales habían acabado por arrastrarla á una vida que era la vergüenza de su parentela. Iba teñida de rojo escandalosamente, en un país donde las más de las mujeres son morenas.
¡Jesús; pareces una muerta!... No, no; éste tampoco... Aquí; a ver el color amarillo... No estás mal..., pero te hace rubia, y las morenas deben quedarse morenas, quiero decir, las pelinegras, porque ya sabemos que tú eres blanca. Vamos a ver el azul... ¡Oh, sorprendente!... ¡Maravilloso!... ¡Qué hermosa estás, criatura! Tenía razón el joven marqués.
Siguió el paso gracioso de las tapadas de negro manto, que le hicieron recordar á su tío el médico. En las noches de remolienda apartaba su vista muchas veces de los beldades morenas y jóvenes que danzaban la zamacueca en medio del salón. Le interesaban las matronas envueltas en velos de luto que hacían sonar el piano y el arpa, acompañando la danza con cánticos suspirantes.
Palabra del Dia
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