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Allí estaban las jardineras: hermosas unas, con la esplendidez de las vírgenes morenas; viejas y arrugadas otras, con esa fealdad de bruja que es final rápido e inesperado de la belleza de las razas meridionales. Acostumbradas todas ellas a la vida común con las flores, tratábanlas con confianza ruda y desdeñosa.

Así es que, cuando María tomó la guitarra y se puso a cantar: Si me pierdo, que me busquen al lado del Mediodía, Donde nacen las morenas, y donde la sal se cría, la admiración se convirtió en entusiasmo. La gente joven llevaba el compás con palmadas, repitiendo bien, bien, como para animar a la cantaora.

No vacilan en arremeter con la ballena y con el pez-perro, y a veces se atreven con los barcos. Veíanse también muchas morenas, peces que en aquellas latitudes son de gran tamaño; medusas, extraños moluscos semejantes a bolsas vueltas hacia abajo y provistas de tentáculos. Algunas de esas medusas son enormes. Cornelio vió una que debía de pesar como cincuenta libras.

La frente, abombada y saliente, parecía aplastar con su peso las facciones morenas e irregulares, alteradas por la huella de las viruelas.

Los viajeros y turistas que visitan Buenos Aires con propósito de estudiar nuestra sociedad y nuestras costumbres suelen maravillarse de lo general que es aquí la belleza femenina. Llámales igualmente la atención la extraordinaria variedad en la hermosura. No existe, como en Europa, la uniformidad de tipo: rubias en el Norte, morenas en el Sur.

¡Oh, oh! dijo Hullin al fin . ¡Esto va mal! ¡Esto va muy mal! ¡Están esperando al enemigo! Luego, sobreponiéndose a los demás su instinto guerrero, una oleada de sangre coloreó sus mejillas morenas.

Marchando en línea recta encontraba á Nápoles, con su montaña de humo, sus músicas y sus bailarinas morenas de pendientes de aro.

Sus ojos estaban enrojecidos y con profundos cercos obscuros. Las mejillas morenas y el filo de su nariz tenían una brillantez de color sonrosado que delataba el frote del pañuelo. Sebastián, va usté a decirme toíta la verdá. Usté es bueno, usté es el mejor amigo de Juan. Lo de la mamita, el otro día, fueron cosas de su carácter. Usté conoce lo buena que es. Un pronto, y después na. No haga caso.

Su chaqueta-blusa iba sujeta sobre el pecho con un broche, dejando ver la camisa y la faja. Un mantón obscuro de mujer descansaba sobre sus hombros como un chal, y para completar este atavío semifemenil, que contrastaba con sus facciones duras y morenas de moro, llevaba bajo el sombrero un pañuelo anudado en el mentón, con las puntas colgando sobre la espalda.

Eran cabezas morenas o verdosas con grandes ojos de dramática expresión; vírgenes cobrizas con el pelo brillante y aceitoso partido por una raya que iba ensanchando cada vez más la rudeza del peine. Los hombres deteníanse un momento en la puerta para colocarse sobre la rapada cabeza, con luengos rizos en su parte delantera, el pañuelo que llevaban bajo el sombrero, a uso mujeril.