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Sabido es que, en la tierra, ese fuego es para nuestras luciolas la señal, la declaración de la amante que se da á conocer, indica su morada y se traiciona á misma. ¿Tiene igual sentido entre las medusas? Se ignora. Lo positivo es que vierten juntas su llama y su vida. La savia fecunda y virtud genésica de ellas, están contenidas en esto, y á cada destello se escapa y disminuye.

Las medusas y los moluscos han sido, por lo general, inocentes criaturas, podríamos decir muchachos, y yo he vivido con ellos en un mundo apacible. Hasta ahora hemos visto pocos carnívoros. Aun aquéllos obligados á vivir así, sólo destruían para sus imprescindibles necesidades, y la mayor parte vivían á expensas de la vida apenas comenzada, de átomos, de jalea animal, inorgánica.

Estas metamorfosis tan originales, que subsecuentemente elevan y rebajan al ser indeciso, haciéndolo alternar entre dos vidas tan distintas, es, con toda verosimilitud, condición de las especies inferiores, de las medusas que todavía no han podido penetrar en la carrera irrevocable de la emancipación.

Nunca he visto medusa tan grande: parece un gran paraguas dijo. Pues aún las hay mayores dijo el Capitán , y que brillan por la noche como si llevaran en la bolsa una lámpara eléctrica. ¿Son gelatinosas esas medusas? preguntó Hans. Tan extremadamente gelatinosas son, que no pueden conservarse.

Los velelos iluminan al llegar la noche sus barquillas; las beroes se ostentan triunfantes como llamas; empero ninguna luz tan espléndida como la de nuestras medusas. ¿Es sólo puro efecto físico, como el que hace serpentear las salpas inyectadas de fuego? ¿Es un acto de aspiración, como hacen presumir otros seres? ¿O es únicamente capricho, como entre tantas criaturillas que se divierten con las chispas de una vana ó inconstante alegría?

Las plumas de mar yacían flácidas y obscuras, como animales muertos, hasta que absorbiendo el agua, se levantaban transparentes y llenas de hojas. Así iban de un lado á otro, con una ligereza de pluma, ó se clavaban en la arena, emitiendo un brillo fosfórico. Las petimetras del mar, las elegantes medusas, extendían el ruedo flotante de su hermosura frágil.

Por las pendientes se arrastraban los crustáceos sobre su doble fila de patas, atraídos por esta novedad que alteraba la calma mortal de las profundidades submarinas, donde todos persiguen y devoran, para ser á su vez devorados. Cerca de la superficie flotaban las medusas, sombrillas vivientes de un blanco opalino, con borde circular lila ó rojo tostado.

Las espumas, al romperse contra la proa, brillaban como fragmentos de globos eléctricos agonizantes. Cuando la tranquilidad era absoluta y el buque se mantenía inmóvil, con las velas caídas, pasando lentamente las estrellas de un lado á otro de sus mástiles, las delicadas medusas, que la más leve ola puede desgarrar, subían á la superficie, flotando entre dos aguas en torno de la isla de madera.

Estaba ahora en una plaza asfaltada, frente á la escalinata del Museo Oceanográfico. Por primera vez reparó en los adornos arquitectónicos del blanco edificio. Habían adoptado como motivo ornamental el manojo de retorcidas patas de los pulpos, el semicírculo estriado de las conchas, la sombrilla filamentosa de las medusas.

De lo interno nada se sabe. Las más débiles criaturas, los átomos conchíferos, las medusas microscópicas, seres flúidos que una nada disuelve, aprovechándose de la corriente, navegan pacíficamente bajo la tempestad. Muy pocos llegan hasta nosotros: detiénense en Terranova, donde la fría corriente del polo los ataca, los aprisiona, los mata.