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La blusa de cutí azul dibujaba sus recias espaldas, descubriendo cuello y manos morenas; ancho sombrerón de detestable fieltro gris honraba su cabeza, monda y lironda ya por obra y gracia del barbero. Una hermosa tarde estival aguardaba a Amparo muy ufano, porque en los bolsillos de la blusa le traía melocotones, adquiridos en la plaza con sus ahorros.

Yo creia percibir cierto aroma de pensamiento, cierto olor de libro; así se lo dije á mi mujer, la cual movió pomposamente la cabeza, en señal de una negacion monda y lironda, lisa y llana. Yo no huelo nada, dijo mi compañera; lo único que huelo es que mis piernas se cansan ya, y que debíamos aproximarnos á las Tullerías para tomar asiento en los sillones imperiales.

Y así, hecha abstracción de la sabiduría que la novela encierre, quedará monda y lironda la obra de arte, la cual luego que pase la moda del día y sea otro el gusto del público, es casi seguro que aburrirá al género humano y caerá en olvido o en menosprecio. ¿Cómo he de negar yo que la humanidad ha adelantado mucho?

Don Pedro Miranda, de quien ya hemos hecho mención, era un hombre que pasaba bien de los sesenta, bajo de estatura y de color, las mejillas rasuradas, la cabeza monda y lironda, los ojos grandes y apagados, los ademanes tímidos.

Este, sin comprender nada todavía, diole por primera providencia un gran sopapo en la cabeza, y el gorro inflamado rodó por el suelo, dejando al descubierto una calavera monda y lironda, blanca y reluciente como un melón invernizo.

Antes de presentarte, monda y lironda la historia de esta prodigiosa ciudad, creo conveniente que nos acompañes por estas calles, por estas plazas, por estos paseos, por estos cafés, por estos hoteles, por estos teatros, por estas tertulias: es decir, por este bullicioso y deslumbrador laberinto.