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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Un tufillo grasiento de sopa matinal iba esparciéndose entre los perfumes resinosos de los árboles y el olor de la tierra mojada. Largos barracones de madera y cinc servían á la caballería y la artillería para guardar el ganado y el material. Los soldados limpiaban y herraban al aire libre los caballos, lucios y gordos. La guerra de trincheras mantenía á éstos en plácida obesidad.
Miró la mojada cubierta y vio al compadre al pie del mástil, agarrado a él, pálido, pero con inalterable tranquilidad. Creí que nos ahogábamos, Antonio. ¡Hasta he tragado agua! ¡Maldito animal! Pero buenos golpes le has atizado. Ya verás como no tarda en salir a flote. ¿Y el chico? Esto lo preguntó el padre con inquietud, con zozobra, como si temiera la respuesta. No estaba sobre cubierta.
Aquellos brazos que le sujetaban y aquella voz que le hablaba, mojada en lágrimas, eran los brazos y la voz de Quevedo. Este y el padre Aliaga, habían entrado sin que á causa de lo horrible de la situación los sintiera don Juan. ¡Desarmadle, fray Luis! ¡vive Dios! ¡que tiene las fuerzas de un toro y se me escapa! gritó Quevedo luchando con don Juan.
Mientras Lucía sintió el peso de la mojada ropa y la prensión del calzado húmedo, mantúvose también muda y encogida, tiritando, creyendo escuchar aún el redoble de los truenos y sentir los picotazos de las múltiples agujas de la lluvia en sus mejillas. Poco a poco la suave influencia del calor fue desatando sus miembros entumecidos y paralizada lengua.
La pòlvora mojada, los cañones Tenia Juan Ortiz enmohecidos: Vencido de sus vanas pretensiones, No tiene los soldados guarnecidos; Las armas les quitò, y en ocasiones Las vuelve, que no son favorecidos Con ellas, que no son ya de provecho. Que el moho y el orin las ha deshecho.
Su padre era un lobo para la mar. Pues el hijo le gana ... ¡Abelardo! ¿Quién va? Sube para darle una mano al Señor Don Juan Manuel... Yo mal puedo con el farol. ¡No te muevas, Abelardo! Me basto solo. Bajan a la orilla del mar. Se oye el vuelo de las gaviotas, convocadas por el viento y la noche. Una sombra se acerca: Sus pasos fosforecen en la arena mojada.
La prendera quedó suspensa; vaciló un momento, pero viendo aquel rostro infantil cubierto de rubor, viendo sus ojos azules y límpidos como los de un querubín resplandecientes de gratitud, le entregó la mano sonriendo de la humildad y la inocencia de aquel niño. ¡Qué cordero de Dios! murmuró la buena mujer mientras sentía su mano mojada por las lágrimas de Godofredo.
Del techo y las paredes de madera se desprendían insectos sanguinarios sobre las curtidas epidermis, para perforarlas y chupar su jugo. Otras veces surgían del suelo, remontándose por las gruesas botas. En invierno, el boliche, por estar con las puertas cerradas, conservaba una atmósfera densa de humo de tabaco, que olía á ginebra, á vino agrio, á ropa mojada y á cuero de zapato.
Mas de pronto, y cuando se había dado orden para la cena, sonaron fuertes aldabonazos en la puerta; fui a abrir corriendo, y era él. Antes de abrirle, mi odio le había conocido. Aún me parece que le estoy viendo, cuando se presentó delante de mí, sacudiendo su capa, mojada por la lluvia. Siempre que le traigo a la memoria, se me representa como le vi en aquella ocasión.
El baile se había organizado delante de la verja de la granja sobre una explanada en forma de era rodeada de grandes árboles y de abundante hierba mojada como si hubiese llovido. La luna iluminaba tan bien el improvisado baile que no eran menester otras luces.
Palabra del Dia
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