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Actualizado: 29 de junio de 2025


El apuro del autor no es para pintarse, y ved aquí explicado el horror, la indignación, los escalofríos y trasudores que la presencia del mocetón de la imprenta le produjo. Era preciso acabar el artículo, y antes de acabarlo, era menester seguirlo, empresa de dificultad colosal, por hallarse la imaginación del escritor sin ventura á 100.000 leguas del asunto.

Después de cambiar algunas palabras con el gañán, que era un mocetón formidable... así como de tres cuartas de alto y de diez años de edad... dirigiose a un señor obeso, bigotudo, entrecano, encarnado, de simpático rostro y afable mirar, de aspecto entre soldadesco y campesino, el cual apareció en mangas de camisa, con tirantes, y mostrando hasta el codo los velludos fornidos brazos.

Por el camino que conducía derechamente á la antigua ciudad de Vinchester y á no muy grande distancia de ella iban dos jinetes, joven, apuesto y ricamente ataviado el uno, con las espuelas de oro del caballero, al paso que el otro, hercúleo mocetón, tenía más trazas de gañán que de soldado, á no revelar su profesión la formidable espada que al cinto llevaba.

De este pasado, que le hacía sentir el arrepentimiento del ridículo, sólo quedaba aquel mocetón inmóvil ante ella, con ojos suplicantes y un empeño infantil de resucitar tales tiempos... ¡Pobre hombre! ¡Como si las locuras pudieran repetirse cuando se piensa en frío y falta la ilusión, ceguera encantadora de la vida!...

Todos volvieron a su trabajo, y la sangre de Tono desapareció en las entrañas de la pasta, vuelta a sobar. El mocetón mostrábase benévolo, con una bondad que daba frío. No había ocurrido nada: una broma de las que se ven todos los días. Cosas de chicos, que los hombres deben perdonar. Y era sabido... ¡entre compañeros!...

Hacia la calle de Alcalá se oía el cascabeleo de los ómnibus que iban al apartado de los toros, y andando despacito por el paseo, inundado de sol, venía el borriquillo con sus serones llenos de macetas, escuchándose gritar de rato en rato al mocetón que lo guiaba: el tieestóo de claaveles doobles... Quien se acercase a los corros podía oír fragmentos de conversaciones y notar, tal vez, que algunos de los que hasta allí acompañaron a su mujer o su hija defendían las ideas del siglo con palabras impregnadas de impiedad moderna.

Fermín sonrió con malicia. ¿Y a mi hermana, no la verás? ¿No te falta también algo, cuando pasan días sin ver a María de la Luz? Naturalmente dijo el mocetón ruborizándose. Y como si sintiera repentina vergüenza, espoleó su caballo. Con Dios, Ferminillo, y a ver si un día vienes al cortijo. Montenegro le vio alejarse rápidamente, calle abajo, con dirección a la campiña.

Muy santa debía ser la tierra bretona, la más santa del mundo, cuando el valenciano milagroso, después de correr tantas naciones, había querido morir en ella. Ya no le produjo asombro que á este mocetón le hubiesen recogido en Dixmude cubierto de heridas y se mostrase ahora sano y vigoroso... A bordo del Mare nostrum era artillero: él y dos camaradas estaban encargados del cañón.

El atlético mocetón, al despojarse por la noche de las chaquetas rayadas y gloriosas, no podía menos de adornar la solapa de su smoking con botones y banderitas de los clubs deportivos. Al ver a Fernando, rio con expresión maliciosa, mostrando su aguda dentadura, abundante en áureos rellenos. ¡Qué señora Mrs.

De lo contrario, ¡por la cruz de Gestas!... Si no sabe hablar inglés sabe combatir mejor que muchos ingleses, que pasaban la vida atiborrándose de jugosa carne y buena cerveza mientras él daba y recibía mandobles bajo los muros de París! Tan enérgicas palabras, dichas por aquel nervudo mocetón, desalentaron á los gruñones, que desde aquel punto y hora hablaron menos y bebieron más.

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