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Actualizado: 16 de junio de 2025
Cuando soplaban el mistral o la tramontana con extremada violencia, situábame entre dos peñascos al borde del agua, en medio de las goletas, de los mirlos, de las golondrinas, y allí permanecía todo el día, en esa especie de estupor y delicioso anonadamiento que la contemplación del mar produce. ¿Verdad que conocen ustedes esa grata embriaguez del alma? No se piensa, ni se sueña.
Habíamos convenido en salir dijo sonriéndose el poeta. ¡No, no! ¡Calendal! ¡Calendal! Mistral transige y con su voz musical y dulce, llevando el compás de los versos con la mano, empieza la lectura del primer canto: De una zagala loca de amor, Ahora que ha dicho la desventura, Cantaré, Dios mediante, un hijo de Cassis, Un desgraciado pescador de anchoas...
Cuando me recitaba Mistral sus versos en aquella hermosa lengua provenzal, latina en más de sus tres cuartas partes, hablada antiguamente por las reinas y que hoy sólo comprenden los frailes, admiraba yo en mi fuero interno a ese hombre.
En ese momento llega la madre de Mistral. En un momento ponen la mesa; un hermoso mantel blanco y dos cubiertos. Yo conozco la costumbre de la casa: sé que, cuando Mistral tiene convidados, su madre no se sienta a la mesa... La pobre anciana no habla más que el provenzal, y pasaría grandes angustias si tuviera que conversar con franceses... Por otra parte, hace falta en la cocina.
Es un modesto dormitorio de campesino, con dos grandes camas. Las paredes no están empapeladas; vense descubiertas las vigas del techo... Hace cuatro años, cuando la Academia concedió al autor de Mireya el premio de tres mil francos, ocurriósele a la señora Mistral una idea. ¿No te parece que empapelemos tu alcoba y le pongamos cielo raso? preguntó a su hijo. ¡No, no! repuso Mistral.
Todos estaban en las trincheras. Las orillas eran barridas ahora por mujeres, y las descargas las efectuaban destacamentos de tiradores senegaleses. Se estremecían de frío en los días asoleados del invierno y se encorvaban como moribundos bajo la lluvia ó el soplo del mistral.
Había vivido en el lejano Madrid escenario de casi todas las novelas leídas por Ulises , y cierta vez hasta había pasado la frontera, lanzándose audazmente por un país remoto titulado el Mediodía de Francia, para visitar á otro poeta que él llamaba «mi amigo Mistral». Su imaginación, pronta é ilógica en sus decisiones, envolvía al padrino en un halo de interés heroico semejante al de los conquistadores.
Los camareros de los cafés trincaban los grandes toldos como si fuesen el velamen de un buque. Se aproximaba el mistral, y cada dueño de establecimiento ordenaba la maniobra para hacer frente al helado huracán que vuelca mesas, arrebata asientos y se lleva todo lo que no está asegurado con marinos amarres. Creyó ver Ferragut en la famosa avenida marsellesa una antesala de Salónica.
Esto es el dinero de los poetas; no se le puede tocar. Y el dormitorio volvió a quedar desnudo. Pero mientras que duró el dinero de los poetas, los que han acudido a Mistral han encontrado abierta su bolsa... Me había yo llevado a la alcoba el manuscrito de Calendal, e instele para que me leyera otro pasaje antes de dormirme. Mistral eligió el episodio de la loza.
¡Hola! ¿Tú aquí? gritó Mistral, arrojándoseme de un salto al cuello. ¡Qué buena idea has tenido de venir!... Justamente, hoy es la fiesta de Maillane. Tenemos la música de Aviñón, toros, procesión, farándula; esto será magnífico... Mi madre volverá pronto de misa, almorzaremos y, después, a ver cómo bailan las muchachas bonitas.
Palabra del Dia
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