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¡Ah! ¡el loco de su majestad! exclamó doña Clara ; ¿y ese hombre era el autor de las cartas que aparecían tan misteriosamente? . Y al verse cogido...

Seguid, seguid, me parece adivinaros; veamos si me he engañado. irás misteriosamente á ver á ese hombre. Debes ir. Yo te buscaré el lugar. ¡Ah! no, no dijo Dorotea.

Tristán le acompañó hasta la puerta. Al llegar a ella García le dijo misteriosamente: Espero que marchará bien, ¿sabes? Pero si se descompone no tienes más que avisarme, que yo lo llevaré para que lo arreglen. Bien, hombre, gracias respondió Tristán sin poder reprimir una sonrisa. Luego, cuando tornó al comedor, entró diciendo: ¡Pero qué pesadísimo es este pobre García!

Sus amigos chacolineros pasaban por el despacho para noticiarle misteriosamente cuándo se abría pipa nueva. Capitán, esta tarde, donde Echevarri, dan espiche á un chacolín de dos años.

Sin embargo, la verdad se abría paso misteriosamente, empujada por el pesimismo de los alarmistas y por los manejos de los espías enemigos que permanecían ocultos en París. Las gentes se comunicaban las fatales nuevas al oído: «Ya han pasado la frontera...» «Ya están en Lille...» Avanzaban á razón de cincuenta kilómetros por día. El nombre de von Kluck empezaba á hacerse familiar.

El arte brillaba para ellos como un rayo de sol en el ambiente gris y monótono de la catedral. Al encontrarse en el claustro por las mañanas, el diálogo era siempre parecido entre los dos amigos. A la tarde, ¿eh? decía misteriosamente el maestro de capilla . Tengo papeles frescos. Vamos a paladear una novedad que me traerán hoy. Además, escribí anoche una cosita.

Entró en el jardín por una abertura de la cerca, se aproximó a una pequeña ventana, golpeó en ella misteriosamente y dijo con la voz pegada a los vidrios: ¡Catalina! ¡Catalina! Abrióse la puerta. ¿Sois vos, Marta? dijo la mujer del guardabosque, sorprendida ¡Dios mío! ¡y todavía es de noche! ¿Qué es lo que os pasa? Apresuraos, venid pronto; tengo que hablaros en seguida balbuceó el aya.

En esto salía ya del gabinete la bella convidadora; habíase secado el manantial de sus lágrimas. Adiós, y no falte usted a la noche dijo misteriosamente una voz penetrante y agitada. Descuide usted; dentro de medía hora enviaré a Pepe respondió una voz ronca y mal segura. Bajó los ojos la belleza, compuso sus blondos cabellos, arregló su mantilla, y salió precipitadamente.

Pero la viuda se colocó misteriosamente el índice sobre los labios, y mientras él la miraba estupefacto, ella le tomó el brazo derecho y le condujo silenciosamente al fondo de la pieza, le indicó una silla y se sentó a su lado, junto a la mesa. ¿Qué significa este silencio y este aire de misterio? Me hacéis temblar.

Cuando ella volvía a hablarle de aburrimiento, del dolor del hastío, de la estupidez del agua cayendo sin cesar, él repetía: «A la iglesia, hija mía, a la iglesia; no a rezar; a estarse allí, a soñar allí, a pensar allí oyendo la música del órgano y de nuestra excelente capilla, oliendo el incienso del altar mayor, sintiendo el calor de los cirios, viendo cuanto allí brilla y se mueve, contemplando las altas bóvedas, los pilares esbeltos, las pinturas suaves y misteriosamente poéticas de los cristales de colores...». Poca gracia le hacía a don Fermín esta retórica a lo Chateaubriand; siempre había creído que recomendar la religión por su hermosura exterior, era ofender la santidad del dogma, pero sabía hacer de tripas corazón y amoldarse a las circunstancias.