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Actualizado: 14 de junio de 2025
Recapacitando y atando cabos, Bonis llegó a recordar que Serafina misma le había querido dar a entender, de tiempo atrás ya, que el nacimiento de su hijo, el de Bonis, era cosa que no debía tomarse con calor; el mismísimo Julio Mochi, en cierta carta escrita meses antes desde la Coruña, le hablaba del asunto y de su entusiasmo paternal con una displicencia singular, con palabras detrás de las cuales a él se le antojaba ver sonrisas de compasión y hasta burlonas. Pero, en fin, lo de Serafina y lo de Mochi podían ser celos y temor de perder su amistad y protección. Serafina veía, de fijo, en lo que iba a venir un rival, que acabaría por robarla del todo el corazón de su ex amante, de su buen amigo... «¡Pobre Serafina!». No, no había que temer.
Para ellos no había conserje, cargos ni títulos dignos de su consideración, y pasaban por en medio del mismísimo claustro de profesores, sin ocurrírseles llevar la mano á la visera por vía de saludo. Sólo temían y respetaban, y hasta querían, á su propio catedrático, el que ya no existe, don Fernando Montalvo.
Suponga V. á un hombre siempre en movimiento mal de su grado; siempre habiéndoselas con la policía ó recelando tener que habérselas; preocupado el entendimiento por aspiraciones políticas; y con el corazon constantemente en el pais de que su mala suerte le aleja; y dígame en conciencia si tal hombre es ni puede ser nunca viajero aunque mas tierras corra que el mismísimo Judío Errante.
Y... vedme muerto, que entre un tuvo y un no tiene, hay un mundo de por medio. En prisiones me han tenido, y hoy á la corte me vuelvo á ser pelota de tontos y pasadizo de enredos. Pues en lo de hacer hablar con vos en verso al más topo cuando queréis, sois el mismísimo Quevedo de hace tres años; cinco minutos lo menos hemos estado hablando en romance.
Hecho lo cual transformamos el coche en fonda, y cenamos tranquila, profusa y regaladamente: que para eso llevábamos á bordo el anunciado cesto de provisiones, en que no faltaba ningún perfil; pues, á más de comestibles de buena ley, contenía frascos de agua y botellas de vino, café del mismísimo Aden y máquina para hacerlo, velas con que alumbrarnos á guiorno, y otros muchos refinamientos de sibaritismo y de confort, que ni tan siquiera concibieron los antiguos emperadores romanos.
Cuando se me antoja una la logro, y cuando quiero la dejo, y luego, si me da la gana, vuelta a empezar. Una noche... una tarde... una hora, y después vaya bendita de Dios. Aunque esté casada con el mismísimo Padre Santo. ¡Se ha puesto tan guapa!»
Gracias... pero ¿qué? ¿no oyó usted misa? exclamó la niña mirándole atenta al rostro. No, señora. Vengo, como le he dicho a usted, de la oficina de telégrafos contestó él evasivamente. Pues dese usted prisa si quiere alcanzarla. En este mismísimo instante salía el sacerdote revestido.... Contrajose levemente la faz de Artegui.
Allí tuvo que habérselas mi amigo con el mismísimo Voltaire. El célebre escritor no tardó en acudir al llamado de la pitonisa, y ésta escribió bajo la influencia del evocado espíritu, en castellano de gacetilla, y en estilo difuso y pesado, semejante al de los redactores de «La Nueva Revelación», no sé cuántas perrerías luteranas, contra la confesión auricular.
Fermo, tú eres un papanatas; el mundo está perdido: por eso todos piensan mal y por eso hay que andar con cien ojos.... Hay que aparentar más virtud que se tiene, aunque se sea un ángel. ¿No sabes que de nosotros dicen mil perrerías? Glocester, don Custodio, Foja, don Santos y el mismísimo don Álvaro Mesía, con toda su diplomacia, pasan la vida desacreditándote. ¡Basta, madre, basta por Dios!
¡Paciencia! dijo el señor de Butrón. Pero ¿quién es ese individuo que ahí traéis? Un prisionero que acabo de hacer en la tienda real y que á juzgar por su ropaje y el escudo con las armas de Castilla bordado sobre el pecho espero sea el mismísimo rey Don Enrique. ¡El rey! exclamaron asombrados sus oyentes, rodeando al desconocido.
Palabra del Dia
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