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Actualizado: 10 de junio de 2025


Hubo un momento en que pensé que le tiraba. Castro sonrió lleno de condescendencia. La niña se apresuró a decir: Ya que es usted un gran jinete; pero de todos modos, siempre puede suceder una desgracia. ¿Qué hubiera usted hecho si me hubiese tirado? preguntó él mirándola a los ojos fijamente. ¡Qué yo! exclamó la niña alzando los hombros y ruborizándose.

Y luego que se acercó tomándole una mano entre las dos suyas amarillas, descarnadas, exclamó mirándola con fijeza terrible a los ojos: ¡Me muero, hija, me muero! ¿No es verdad que lo sientes?... ¿por lo menos que no te alegras? ¡Oh, mamá! que no te alegras insistió con ansiedad sin apartar su mirada de los ojos de la joven. ¡Mamá, por Dios! exclamó ésta aturdida y aterrada a la vez.

No me vuelvas a decir palabra, porque no te contesto. ¡Eso! Grita ahora, fachendosa, después que te hice ver a Dios roncaba Manín con sorna, mirándola de reojo y sobándose la barba. ¡Si no te quitas de mi vista, baldragote!... exclamaba la diminuta criada, pasándole a su despecho relámpagos de risa por los ojos.

La soberbia de estos príncipes eclesiásticos les impulsaba a la más orgullosa modestia.... Pero ¿todo esto es lo que me querías enseñar? Cosas mejores verá usted. Digamos adiós a la Virgen. Pero ¡fíjese usted! ¡Qué cara! Tiene los ojos adormilaos. La gran jembra. Yo me paso las horas mirándola. Es mi novia... ¡Las noches que sueño con ella...!

Hízolo el menguado, quedándose tan encogido y tan temeroso como cuando estaba de pie, y continuó mirándola de la misma manera absorta, codiciosa y espantada.

Cuando la campana sonó, Lidia le tendió la mano y se dispuso a subir. Nébel la oprimió, y quedó un largo rato sin soltarla, mirándola. Luego, avanzando, recogió a Lidia de la cintura y la besó hondamente en la boca. El tren partió. Inmóvil, Nébel siguió con la vista la ventanilla que se perdía. Pero Lidia no se asomó.

Hace muchas noches que no cierro los ojos. ¿Pues qué tiene usted? preguntó Lázaro mirándola con mucha atención. Usted no está buena. Usted es una santa: pero la santidad con exceso es perjudicial, señora. Yo no soy santa dijo la dama: soy una pecadora. No diga usted eso, por Dios. Usted es una santa, ¡qué felicidad! ¡Tener tranquila la conciencia!

¿Y me dejarás llamarte mamá? preguntó Carolina, mirándola fijamente. ¡Y te dejaré que me llames mamá! respondió Lady Clara con forzada sonrisa. dijo Carolina con energía. Entraron juntas en el dormitorio, siendo la maleta lo que más pronto llamó la atención de Carolina. ¿Pero, mamá, te vas otra vez? dijo con una ojeada rápida e inquieta y agarrándose a su falda.

Ha leído todas mis obras: las lee diariamente, y los principios que en ellas se sostiene... Son inmejorables, señora; pero su hija de usted es muy joven, y si su corazón llega a despertarse... No se despertará nunca. En mi familia no se despiertan los corazones. No lo dudo dije mirándola, en cuanto al pasado; pero en el futuro...

Ella miraba la imagen por el único lado accesible a su vista juvenil y algo deslumbrada por los primeros resplandores del mundo a cuyas puertas acababa de llegar, recién salida de las del colegio; y mirándola por ese lado y de tal modo, se limitó a pensar de su primo lo que cabe en estas sencillísimas palabras. No está mal así.

Palabra del Dia

estaquis

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