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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Yo me decidí a intentar bailar el fandango al son del tamboril; pero, como no sabía mover los pies, hice que se rieran de mí las mujeres y los hombres. ¡Bravo, Shanti! ¡Bravo! me gritaban los viejos pescadores, que se acercaron a mirarme todos en fila, con las manos metídas en los bolsillos del pantalón. Creo que estoy bailando como un lobo de mar le dije a Mary. Ella no pudo contener la risa.
Ya oyó usted ayer que confía sus papeles a Máximo; esas cartas están, sin duda, comprendidas en ellos. El señor Cosmes conoce mi letra... Pero las cartas deben de estar metidas en un sobre... ¿Qué sé yo? Además un sobre puede abrirse, romperse... Basta una casualidad que ocurre siempre en estos casos. Aunque así fuese, Máximo no abusaría del secreto que descubriese. ¡Ah!
Y creo que no se engaña, como yo creo que si fray Luis es ya santo, acabará por ser mártir, tanto más, cuanto no hay fuerzas humanas que le despeguen del rey; y como el padre Aliaga es tan español y tan puesto en lo justo, y tan tenaz, y tan firme, con su mirada siempre humilde, y con su cabeza baja, y con sus manos metidas siempre en las mangas de su hábito... ¡motilón más completo!... Si yo no tuviere tantas penas, sería cosa de fenecer de risa con lo que se ve y con lo que se huele; más bandos hay en palacio que bandas, y más encomendados que comendadores, y más escuchas que secretos, aunque bandos, encomiendas y enredos, parece que llueven.
Para alabar á Dios y honrarle, me parece á mí que antes que pasarnos la vida metidas en las iglesias, debemos las plumas emplear constantemente nuestro pensamiento en conocer y apreciar las leyes por el mismo Dios creadas.
Y salió disparada, las monedas metidas en el seno, temerosa de que alguien se las quitara por el camino, o de que se le escaparan volando, arrastradas de sus tumultuosos pensamientos. Al quedarse solo, Almudena fue a la cocina, donde, entre otros cachivaches, tenía una palanganita de estaño y un cántaro de agua.
Las atlotas, agarradas del talle o apoyadas unas en los hombros de otras, miraban con virtuosa hostilidad a los mozos, que se pavoneaban en el centro de la plaza, las manos metidas en el cinto, el ancho castoreño echado atrás para dejar al descubierto las rizos de su frente, el cuello envuelto en bordado pañuelo o corbata de cintas, y las alpargatas de inmaculada blancura casi ocultas por la boca del pantalón de pana en forma de pata de elefante.
Traía las manos metidas en los bolsillos del chaquetón, un garrote pinto y nudoso debajo del brazo izquierdo, y en la boca una pipa ahumando. El primero que le conoció fue el señor de Provedaño, que iba de los más delanteros entre nosotros. Se detuvo un instante para mirarle con la mano de canto sobre la frente, y se detuvo también el otro con los ojos sombríos e imperturbables clavados en él.
Se aproximó lentamente hacia mí, con sus grandes manos metidas en sus anchas mangas de su hábito carmesí, vestidura que sólo una vez cada diez años la renuevan los de su orden, y que usan constantemente, estén en pie o en cama. Me había parado delante de la antigua tumba de Santa Tita, la patrona de Lucca, a la cual menciona el Dante en su Infierno.
Viendo D. Alvaro que había tanto número de gente, deseaba mucho poder enviar á Sicilia 2 ó 3.000 hombres en aquellas galeras que allí estaban metidas en aquel canal, y había crecido mucho el número de la gente entre mozos de soldados, marineros y otros soldados que escaparon á nado y estaban sin armas y desnudos; y no pudiéndose hallar otro remedio, se hizo lo mejor que se pudo, teniendo por entendido que tenellos allí era la destruición del mundo dellos y de sí mismos.
Anímese, amigo, mire que el negocio es soberbio; yo le respondo del éxito. El éxito, es cierto, se presentó muchas veces, franco, decidido; tan decidido, que los mismos que teníamos metidas las manos en la masa, estábamos asombrados, atónitos... ¡así ha sido el desengaño después!
Palabra del Dia
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