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Actualizado: 26 de junio de 2025
¿Qué mucho, por tanto, que sean graves y melancólicas todas las granadinas en ciudades, villas y aldeas? ¡Cuando ese tedio de lo presente y esa pasión de ánimo por lo pasado se apoderan de una raza, su triste orgullo se transmite de generación en generación, y cunde de las clases ilustradas á las ignorantes, sin que nadie tenga que enseñar ni que aprender lección alguna! ¡Es una cosa que se hereda, como las facciones del rostro; es una cosa que se pega, como el acento; es una tisis del alma!
Las señoras pasaron á una habitación inmediata con Urquiola y el ingeniero Sanabre. Esperaban á algunas amigas de Bilbao y mientras tanto, harían música. Los dos jóvenes rogaron á Pepita que cantase alguna canción vascongada de las antiguas, tan melancólicas y dulces, distintas completamente del ritmo americano de los modernos zortzicos.
No había camino del castillo a la puerta de la tapia; la avenida principal estaba casi borrada por las hierbas y por los arbustos. En dos ventanas del castillo brillaban luces; miradas melancólicas que parecían observar algo a través del follaje. El jardín tenía grandes olmos copudos, como haciendo centinela, y muchos rosales que aun conservaban marchitas rosas blancas.
Dentro, impenetrables misterios, medrosas tinieblas, luto y espanto; fuera, límpidos horizontes, aires purísimos, melancólicas armonías, luz, perfumes, espacios sin fin y caricias eternas de una mar bravía que viene sumisa y obediente á besar los pies del coloso, cual besan los blancos copos de las altas nubes su altanera cabeza. Dentro, la noche sin fin; fuera, el día sin crepúsculos.
Ante la inevitable perspectiva de la separación, hasta las señoritas de Blandieres se ponían melancólicas. Una noche, en el Casino, habiéndose discutido la cuestión de la partida, Huberto se aproximó a María Teresa y le dijo con aire triste: No puedo habituarme a la idea de separarme de usted. Cada día me digo: ¡me iré mañana! El mañana llega, y no tengo valor.
En el extremo de la plaza aparecieron las banderolas con las rojas barras de Aragón, y sonaron dulzainas pausada y majestuosamente, tañendo las melancólicas danzas del tiempo de los moriscos. Detrás iban los enanos, con sus enormes cabezas de cartón, que miraban a los balcones con los ojos mortecinos y sin brillo.
Según iba quedando libre y desembarazado su pecho, cargábasele la cabeza con el cuidado de comunicar a su hija aquella tan triste noticia que la había puesto en cama. No hacía más que dirigirle largas y melancólicas miradas, suspirando al mismo tiempo con señales de dolor. Varias veces había dicho: Cecilia, oye. Y otras tantas, arrepentida, la había ordenado cualquier menudencia.
Simoun desde un aposento de su casa que da al Pasig, dirigía la vista hácia la ciudad murada, que se divisaba al través de las ventanas abiertas, con sus techos de hierro galvanizado que la luna hacía brillar y sus torres que se dibujaban tristes, pesadas, melancólicas, en medio de la serena atmósfera de la noche.
Nótese bien que para nada se habla de balcones. En cambio del pobre aspecto, que imaginamos, las casas más humildes tenían entonces sus desahogos de corrales, huertos y jardines, por encima de cuyas tapias erguíanse balanceando sus elegantes ó melancólicas copas las palmeras y los cipreses, ó bien embalsamaban el aire con el perfume de sus azahares los naranjos y limoneros.
Duraba aquel viento sur blando, templado, perezoso; a veces ráfagas vivas movían como sonajas de panderetas las hojas, que empezaban a secarse y sonaban con timbre metálico. Eran como estremecimientos de aquella naturaleza próxima a dormir su sueño de invierno. Ana oía ruidos confusos de la ciudad con resonancias prolongadas, melancólicas; gritos, fragmentos de canciones lejanas, ladridos.
Palabra del Dia
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