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Actualizado: 22 de junio de 2025
Como si adivinara mis deseos el mediquillo de Tablanca, en cuanto me tuvo a su lado sacó a plaza el asunto de este modo: Ayer le prometí a usted, por la mañana, indemnizarle con creces por la noche de los penosos ratos que le proporcioné con el conocimiento de su pariente Gómez de Pomar. ¿He cumplido mi promesa?
El Banao riega la jurisdicción de Guinobatan y sobre dicho río se levantaba hasta hace pocos años el magnífico puente de Isabel II. Tenía 1.500 pies de largo por 54 de ancho, formándolo dos grandes ojos. Este puente fué destruido por un tifón. Igual suerte sufrió el Tribunal. En este pueblo conocí un celebérrimo mediquillo. La rama de este diminuto Galeno era general en el partido de la Iraya.
Pasó la noche mejor de lo que todos esperábamos, y amaneció el día siguiente sin una nube en el cielo ni una ráfaga de aire en la tierra; y cuando el sol traspuso los picachos del Este y saludó al valle con sus rayos que chisporroteaban sobre la nieve que no había deshecho la lluvia, mi pobre tío mandó que se abrieran de par en par los cuarterones de su alcoba, ya que no le era permitido hacer otro tanto con las puertas y ventanas para que entraran la luz y el aire en la abundancia que necesitaba él para salir a flote en aquella mar de angustias «que le ajogaba», por culpa del arrastrado mediquillo que parecía empeñado en matarle.
El médico era alto, fornido, de luenga barba blanca. Vestía con el arrogante lujo de ciertos personajes de provincia que quieren revelar en su porte su buena posición social. Era una hermosa figura que se defendía de los ultrajes del tiempo con buen éxito todavía. Don Robustiano era el médico de la nobleza desde muchos años atrás; pero si en política pasaba por reaccionario y se burlaba de los progresistas, en religión se le tenía por volteriano, o lo que él y otros vetustenses entendían por tal. Jamás había leído a Voltaire, pero le admiraba tanto como le aborrecía Glocester, el Arcediano, que no lo había leído tampoco. En punto a letras, las de su ciencia inclusive, don Robustiano no podía alzar el gallo a ningún mediquillo moderno de los que se morían de hambre en Vetusta. Había estudiado poco, pero había ganado mucho. Era un médico de mundo, un doctor de buen trato social. Años atrás, para él todo era flato; ahora todo era cuestión de nervios. Curaba con buenas palabras; por él nadie sabía que se iba a morir. Solía curar de balde a los amigos; pero si la enfermedad se agravaba, se inhibía, mandaba llamar a otro y no se ofendía. «
Todos ustedes saben que el local destinado en nuestro cementerio municipal y subrayó la palabra a los cadáveres no católicos, digámoslo así... Orgaz hijo sonrió. Ya sé, joven, ya sé que he cometido un lapsus. Pero no sea usted tan material. Aquel grupo de progresistas y socialistas serios miró en masa al mediquillo impertinente con desprecio.
Y entonces se enfrascó el simpático mediquillo de Tablanca en otra teoría, que no me vendió por nueva en el fondo. Según él, los tiempos de hoy no eran peores que otros tiempos de los cuales han dicho siempre los respectivos moralistas, que fueron los tiempos más malos de todos los habidos hasta ellos: antes al contrario, le parecían los actuales, en lo bueno, hasta mejores que los pasados.
Su visita fue breve, y nos despedimos muy afablemente, quedando yo muy complacido de aquel hallazgo en Tablanca, más por lo que se leía en la cara y en el aire del mediquillo, que por las ponderaciones que de sus prendas hizo mi tío al presentármelo. Bajamos juntos hasta el portal, echando él enseguida por la cambera del pueblo y yo por otra diametralmente opuesta, hacia la montaña.
¡Señores gritó Joaquín si en la otra vida no hay cante o es cante adulterado, renuncio al más allá! Y dio un salto sobre la mesa agarrándose a una columna y comenzó un baile flamenco con perfección clásica. No faltaron jaleadores, y sonaban las palmas mientras cantaba el mediquillo con voz ronca y melancolía de chulo: a coooosa que maravilla mamá ver al Frascueeeelo la pantorriiiilla mamá...
Costumbres. Enfermedades y entierros. El orimon. Creencias del indio. El mediquillo. Confección de una receta. El constructor de cigarrillos. Dos respiraciones. El frío y el calor. Muerte de cabezang Pedro. Al hoyo y ... talagá nang Dios. La casa por concluir. Dolor de embarazo. Las plegarias y la Orden tercera. Las listas del presente. El panalañgin. El sentimiento y el estómago. Inoac y sayos.
Sus voces eran gemidos; pero no lloraron, no se atrevieron a besarse, a estrecharse las manos en presencia del mediquillo burlón y de aquellos enfermos que les miraban fijamente. Ella se alejó por un corredor obscuro, precedida por el médico. Su paso vacilaba... pero no quiso volver el rostro atrás, como si temiese perder toda su firmeza.
Palabra del Dia
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