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Actualizado: 11 de junio de 2025


De todos aquellos brindis el más original e interesante fue el del padre de la novia, D. Cristóbal Mateo. ¿No había de ser original oír a este sañudo enemigo de la fuerza armada cantar sus glorias y declararse partidario frenético del aumento del contingente y del sueldo a los oficiales?

Una vez allí, se pasó un recado a don Santos para que se presentase inmediatamente; otro al penitenciario. Cuando ambos acudieron, el padre, la hija y estos dos señores, Manuel Antonio y Jovita Mateo salieron ocultamente de Lancia por la carretera de Castilla. Después de caminar un rato esperaron el coche que don Juan había mandado venir.

Acaso los indianos suelten esta vez algo murmuraba don Mateo. Vaya, no sea inocente. ¡Parece mentira que no los conozca! ¡Soltar! ¿Qué han de soltar esos guanajos si no...? Unos y otros eran injustos con los indianos.

Desde Madrid había telegrafiado a una prima, y ésta, en unión con Manuel Antonio, dos de las niñas de Mateo y algunas amigas más, la esperaban en la mal empedrada plazoleta del Correo, donde paraba la diligencia. Y vengan de abrazos y achuchones y besos, y vayan de preguntas y exclamaciones y lágrimas.

D. Cristóbal Mateo, a quien apodaban de este modo en el pueblo, era un antiguo empleado que había servido muchos años en Filipinas, y que estaba jubilado hacía ya algunos, con treinta mil reales. Tenía porte militar, una figura realmente marcial con sus bigotazos blancos, ojos saltones, cejas espesas y velludas manos. Sin embargo, en todos los dominios españoles no existía hombre más civil.

Si quiere de lo mío... respondió la muchacha sonriendo. Bueno; a ver ese pan tuyo. Se fué a la cocina. La criada levantó la tapa de la masera, y don Mateo sacó un medio pan de centeno, bastante negro. Este pan moreno en otro tiempo no me disgustaba dijo cortando un pedazo. ¡Viva la gente morena! añadió paseando por la boca un bocado de miga, pues con la corteza hacía años que no se atrevía.

Vamos, queridos, hacedme el favor de convencer a este babieca de que es un buen partido para cualquier muchacha, porque no quiere creerlo. ¡Aprieta, pues si D. Santos no es partido con cinco o seis millones de reales, no yo quién lo será! exclamó Mateo relamiéndose como padre de cuatro niñas casaderas que no acababan de casarse.

Las visitas a estas horas eran raras; pero como la noble familia del Jubilado mantenía tan íntima relación con la señora, no vaciló la criada en pasarla al gabinete de arriba, donde aquélla se hallaba. Qué importuna, ¿verdad? Querida, es la hora en que se la puede a usted pillar sola entró diciendo con la graciosa volubilidad que caracterizaba a los juveniles vástagos de Mateo.

Se llamaba Mateo González, y servía en el puesto de la calle del Labrador. Pecado le imitaba en el modo de andar. En sus sueños de ambición, no se le ocurría jamás ser general, ni obispo, ni banquero, ni comerciante famoso, sino ser Mateo González. Este, que era ladino, tuvo una idea feliz. Pecado le vio desaparecer, y por un momento tembló de alegría.

Y si no, ya veréis el día que se case, ¡qué cambio en la población! prosiguió Manuel Antonio. Tendremos banquetes a diario y bailes y giras campestres... ¡Pero si a Fernanda no le gustan los bailes! exclamó Emilita Mateo, que bailaba con Paco Gómez y daba la espalda al grupo. Yo no he hablado para nada de Fernanda, niña repuso el marica en tono severo.

Palabra del Dia

rigoleto

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