United States or Ukraine ? Vote for the TOP Country of the Week !


¡No lo , no lo ! contestó todo gemibundo y miedoso Montiño. ¡Cómo! ¿No os ha dicho el tío Manolillo?... No, ni la Dorotea tampoco. ¿Qué decís de la Dorotea? La Dorotea ha sido la que me ha mandado envenenar un dulce... guisar una merienda. ¡La Dorotea!... ¡Dios mío! ¡Corred, corred, que la Dorotea quiere envenenar á una persona!... ¡Y no os ha dicho el nombre de esa persona!... No; no, señor.

¿Y vos, no sois casado, amigo Manolillo? dijo el padre Aliaga. No, señor; la mujer con quien pude casarme no tenía alma, y yo quiero las cosas completas. Por eso no me gusta la corona de España. ¡Oh! ¡oh! dijo el rey. , por cierto, porque la corona de España no tiene cabeza. Parece que os ha escuchado la conversación, padre dijo el rey.

¡Vaya! ¡Pues medrados estaríamos si el tío Manolillo, el loco del rey, no conociese hasta las arañas del alcázar! Conozco á mi señora doña Clara desde que era así, tamañita. ¿Y qué se dice de esa dama en el alcázar? ¿Qué se ha de decir? La llaman la menina de nieve. ¿Por lo blanca? Bien pudieran; pero es por lo fría. ¡Fría, y tiene dos ojos que abrasan! Pues ahí veréis.

Ve, ve... hija mía... acabo de salvarte de un peligro... yo te salvaré de todos; adiós. Y partió hacia el alcázar. La Dorotea, atónita, asombrada, sin comprender lo que la sucedía, le vió desaparecer, se envolvió en el manto, y á paso lento, con la cabeza inclinada, pisando lodo, se encaminó á la calle Ancha de San Bernardo. El tío Manolillo corría como alma que lleva el diablo.

¿Que me han informado mal? por cierto: ¿sabéis lo que eran los polvos con que se avió la perdiz que se puso en la mesa de su majestad? Un veneno tal, que el paje Gonzalo que comió las pechugas de la perdiz, reventó á los cuatro minutos, y que hizo que el gato del tío Manolillo, que siempre está hambriento, no quisiera comer los pocos restos que quedaron de la perdiz.

Y decidme: ¿habéis venido también á que yo siga salvando á don Juan? . ¿Y de qué modo puede ser eso? Impidiendo que me prendan. Porque preso yo, don Juan queda sin consejo, sin ayuda. No os prenderán ó he de poder poco. Se necesita además... ¡Qué!... Que engañéis á vuestro... ¿qué yo lo que es vuestro el tío Manolillo? ¡Ah! ¡infeliz!

Escuchábase sobre el pavimento de mármol el fuerte ruido de sus zapatos guarnecidos de clavos. Al fin de la escalera se oyó el ruido de una llave en una cerradura; salieron doña Clara y el tío Manolillo, y volvió á cerrarse la puerta.

Montiño tembló de los pies á la cabeza, vaciló y cayó de rodillas sobre el suelo encharcado, murmurando: ¡Ah! ¡Perdón! ¡perdón, señor! exclamó ; me aterraron... el tío Manolillo...

Gastad, gastad, y si no basta con el dinero que ahí está, os daré más. ¡Dios mio! con ese dinero basta para dar un convite de Estado en palacio. Pues bien, el oro hace milagros. Gastad sin miedo, y que la merienda esté dispuesta para las ocho de la noche. Lo estará. El tío Manolillo os llevará á la casa donde habéis de guisar y servir esa merienda. ¿Será necesario buscar vajilla?

Doña Clara abrió con un llavín una puerta de servicio, y seguida por el tío Manolillo, atravesó un espacio obscuro, sin detenerse, sin dudar, como quien conocía perfectamente el sitio, y á obscuras siempre se oyeron sus fuertes pisadas, descendiendo rápidamente por una escalera de caracol. El bufón, sin vacilar, sin dudar, como ella, la seguía.