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Actualizado: 17 de junio de 2025


Y la voz del tío Manolillo era ronca, amenazadora, sombría; sus ojos bizcos se revolvían de una manera espantosa, estaban inyectados de sangre y su barba temblaba. Don Juan de Guzmán se sentía dominado; doña Ana estaba coartada por el miedo.

El tío Manolillo, el bufón del rey.

Hace mucho tiempo que estoy viendo en su hombro derecho una señal; pero nunca hasta ahora la he preguntado; es una cicatriz como la de una mordedura; ella ha dicho que recuerda haber tenido siempre esa señal; he preguntado al tío Manolillo, y me ha dicho que la encontró abandonada en la calle, y que efectivamente, cuando la llevó á su estancia en el alcázar, notó que las pobres ropas en que iba envuelta estaban manchadas de sangre; que la descubrió y vió una mordedura reciente, de la que costó trabajo curar á la niña.

¡Me voy! exclamó el tío Manolillo. ¿Y no almorzaréis con nosotros? El loco llama al loco; es la hora de levantarse el rey. Adiós. Y el tío Manolillo salió sombrío y cabizbajo; se le oyó bajar violentamente las escaleras y salió. No entiendo vuestro conocimiento con mi buen amigo dijo Quevedo. Ni yo exclamó Dorotea. ¡Y os ama! ¿Pero cómo me ama?... Sabréislo vos.

¡Conque el tío Manolillo!... exclamó seriamente admirado Montiño ; esto es grave, gravísimo. ¿Y no os dijo, señor Gabriel, quién era su enemigo? No me lo ha dicho, pero yo lo . ¡Ah! ¿Y cómo lo sabéis vos? ¿Quién es en la corte un hombre que vale tanto como el duque de Lerma el de Uceda, ó el conde de Olivares? ¡Bah! hay muchos: el duque de Osuna. Está de virrey en Nápoles. El conde de Lemos.

Id, id con Dios, señor Francisco, id con Dios, y hasta más ver. El cocinero mayor salió tambaleándose como un ebrio. Dorotea empezó á recoger en silencio sus joyas y sus trajes y á guardarlos en los cofres. Durante esta operación no habló una sola palabra. El tío Manolillo, sentado en un sillón, la miraba con ansiedad.

La intención del tío Manolillo, sin embargo, no había producido el efecto que se había propuesto. Doña Clara era una joven de razón fría. Lo primero que la aconteció, fué sentirse herida en el corazón. Porque amaba á Juan. Las circunstancias en que le había conocido y las cualidades del joven, justificaban aquel amor, naciente, es cierto, pero arraigado ya en el alma.

¡Ah! ¡ah! dijo soltando una horrible carcajada el bufón ; ¿conque habré de mataros, hermano Quevedo, ya que se me os habéis puesto por medio? Y acometió hierro en mano á Quevedo. Hacéos, hacéos á la pared, doña Clara dijo Quevedo parando los primeros golpes del tío Manolillo ; las habemos con un gato garduño, tan ágil de pies como yo quisiera serlo; así, contra esa puerta, ahora no hay miedo.

El tío Manolillo cantaba entretanto entre dientes, y mientras acababa de arreglar la vajilla, una canción picaresca. Pero había algo de horrible en el acento y en el canto del bufón. ¿Dónde están mi capa, mi sombrero, mi espada y mi daga? dijo Montiño, que buscaba por todos los rincones. ¿Cómo, os empeñáis en iros? Os juro que no me quedo aquí si no me matáis.

Tío Manolillo, idos, y no me obliguéis á despacharos; ya veis que aunque hace obscuro, mi hierro huele el vuestro, y siempre le sale al encuentro; en verdad que sois diestro, pero más yo... no me fatiguéis demasiado, hermano, no sea que por descansar os mate.

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