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Los demás, los marineros, fuimos tratados con poca severidad, obligados únicamente a hacer las faenas penosas. Llegamos a Plymouth; estábamos ayudando a la maniobra del Argonauta, así se llamaba el navio inglés en que íbamos prisioneros, cuando pasó un barco francés a poca distancia. Al verlo me eché al agua sin que nadie lo notara y pude agarrarme al ancla.

Era admirable de precisión: una maniobra mal hecha, una cuerda rota, y la goletilla iba al fondo del mar. Al cambiar de dirección creímos que se hundía; hubo un momento en que estuvo tendida casi por completo; pero pronto se fué enderezando y vino hacia nosotros ciñendo el viento. Sobre la cubierta estaba Machín, tendido, acurrucado, y, al pasar cerca de nosotros, nos echó una cuerda.

Un movimiento de alegre sorpresa del populacho acogió esta maniobra. El momento supremo, la muerte del toro, iba a desarrollarse bajo sus ojos, y no a gran distancia, como ocurría casi siempre, para comodidad de los ricos que se sentaban en la sombra. La fiera, al quedar sola en este lado de la plaza, acometió el cadáver de un caballo.

Por instinto adivinaba una maniobra ofensiva por parte de los enemigos de su prima. Amargamente vituperado por Clementina, que le acusaba de no haber vigilado suficientemente á Roussel, tenía empeño en tomar un desquite. Y su amor propio, su odio y su interés reunidos le impulsaban á seguir las huellas del solterón. La noche estaba oscura y serena.

Tenía ahora una escala apoyada en cada una de sus rodillas; sobre los muslos se alzaban otras escalas más grandes, cuyo remate venía á apoyarse en sus hombros, y por todas ellas se desarrollaba un continuo subir y bajar de seres diminutos, agitándose como marineros que preparan una maniobra.

Los tres perros salían de noche a cazar por su cuenta maniobra ésta que entraba en el sistema educacional del cazador; pero el hambre, que llevaba a aquellos naturalmente al monte a rastrear para comer, inmovilizaba al fox-terrier en el rancho, único lugar del mundo donde podía hallar comida.

Entonces las jóvenes del verdadero y genuino temperamento aristocrático se comunicaban, no en qué forma, sus impresiones dolorosas, y una tarde, cuando menos se pensaba, enderezaban el paso, arrastradas por altos sentimientos, al camino abandonado, donde permanecían hasta que de nuevo se veían molestadas y tornaban a ejecutar graciosamente la idéntica maniobra.

Pero, dejando a un lado mi humilde persona, voy a narrar el momento más terrible de nuestra lucha con el Victory. El Trinidad le destrozaba con mucha fortuna, cuando el Temerary, ejecutando una habilísima maniobra, se interpuso entre los dos combatientes, salvando a su compañero de nuestras balas.

Frayburu seguía en su desolación y en su tristeza. Dimos vuelta al Izarra y comenzamos a entrar en las puntas. Las luces del puerto se reflejaban en el mar; brillaba alguna que otra ventana iluminada de la ciudad. Fuimos penetrando por las calles estrechas formadas por las barcas en el muelle silencioso. La marcha del patache era lenta; yo les ayudaba a los marineros en la maniobra.

El público del sol, que vio esta maniobra, púsose de pie con airada protesta. ¡Ladrón! ¡Asesino!... Indignábase en nombre del pobre toro, cual si éste no hubiese de morir de todas suertes; amenazaban con el puño al Nacional, como si acabasen de presenciar un crimen, y el banderillero, cabizbajo, acabó por refugiarse detrás de la barrera.