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Actualizado: 14 de mayo de 2025
El Fidel comenzó a recorrer el salón con la cola agitada, oliendo en todas partes: luego salió como un torbellino, recorriendo los pasillos, entrando en las habitaciones, buscando, olfateando. Entró de nuevo, miró a Tristán, dejando escapar quejidos lastimeros, se fue a la puerta de la calle, volvió y repitió varias veces esta maniobra. El pobre animal buscaba a su ama.
El piloto mandó la maniobra. Salió el bote para levar el ancla, el cabrestante comenzó a chirriar para levantarla, las velas se tendieron en los palos, y unos momentos después zarpábamos con viento fresco. Al pasar a la altura de Cabo Engaño recogimos al antiguo piloto Ugarte, que había salido en un junco a nuestro paso.
Aquel día precisamente, desde el principio de la maniobra, se le confió el mando a Juan: mas con gran sorpresa del capitán, que tenía a su teniente por un oficial muy instruido, muy capaz y muy hábil, las cosas salieron todas al revés.
Esta maniobra se repite cuatro o cinco veces y le da siempre la victoria; pero al fin otro, que no carece de valor, descubre su táctica y la aplica mejor todavía. Ante ese espectáculo, Gertrudis siente grandes ganas de reír; quiere reprimirlas a la fuerza, se mete el pañuelo en la boca y contiene la respiración hasta que el rostro se le pone morado.
Cuando Calderón entró, Mariana bordaba con afectada aplicación mientras su Madre se mantenía mano sobre mano, como si hiciese largo rato que se hallase en tal postura. Ramoncito y Castro apenas se fijaron en esta maniobra.
Volvía a encontrarse en la iglesia, y ella estaba allí, ante él, inclinada sobre su reclinatorio con su linda cabeza encerrada en sus dos pequeñas manos. Luego principiaba a sonar el órgano, y allá en la sombra, a lo lejos, vagamente, Juan divisaba la elegante y fina silueta de Bettina. ¡Una niña, no era más que una niña! Las trompetas llamaron y comenzó de nuevo la maniobra.
Habíase quitado los guantes para tocar el órgano, y Juan sentía aún el contacto de aquella pequeña mano desnuda que vino a posarse fresca y suave en su gran manaza de artillero. Me engañaba hace un momentose decía Juan, la más linda es miss Percival. La maniobra había terminado.
Velázquez, que advirtió la maniobra, sintió que un flujo de sangre le invadía la cabeza y le cegaba. Llevó la mano al bolsillo para sacar la navaja; quiso levantarse, pero no tuvo fuerzas para hacerlo, como si una mano de hierro le hubiese clavado á la silla. Bañó su frente un sudor frío y, en vez de partir el corazón de su rival, sintió ganas atroces de llorar. Los sollozos le ahogaban.
A este último le detuve y le dije: Han estado ustedes admirables. ¡Qué bien han hecho la maniobra! Sí, el barco es bueno dijo el criado. Y los tripulantes. El hombre me dió las gracias y desapareció tras de su amo. Ni mi madre ni Mary se habían enterado de lo sucedido.
Mas había llegado ya la hora de barrer para fuera, y el taimado Butrón levantaba con disimulo la escoba para sacudir al joven Telémaco el primer escobazo, sin echar de ver que otra escoba más poderosa se levantaba también a su espalda con la idea deliberada de ejecutar con él la misma maniobra.
Palabra del Dia
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