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Actualizado: 2 de octubre de 2025
Lautrec se excusó diciendo, con un acento de ironía más picante que todas las frases, que la paternidad de Lacante le tenía fuera de su estado normal; pero unas palabras de Luciana, acompañadas de una de sus irresistibles miradas, lo decidieron, y nos recitó un soneto de corte romántico, según el cual la crisis fatal de la vida humana no es el día en que se ama ni el en que se muere, sino aquel en que se sufre el primer desengaño de amor...
Lacante suspiró, y dirigiéndose a Elena, que se había sentado a su lado en una silla baja, le dijo: No te extrañe la turbación de Máximo, pues tiene la mente muy lejos del Colegio de Francia... Viene a participarnos su casamiento con Luciana Grevillois. ¡Luciana!... Elena dijo ese nombre como un grito.
De vez en cuando dirigía a su padre una seña de amistad con un ligero gesto que quería decir claramente: «¡Qué fastidioso es ver reír a los demás cuando no se sabe de qué se ríen!» ¡Cuánto le agradecía yo el que no comprendiese, y cómo me felicitaba por la ausencia de Luciana, que, más madura en la atmósfera parisiense, hubiera ciertamente comprendido!
El matrimonio, para mí, no debe ser un buen negocio, cómodo y fructuoso; el buen matrimonio es aquel en que los corazones se unen, las inteligencias se comprenden y los gustos se adaptan, y esto es lo que sucede con Luciana y conmigo.
Será preciso entonces que prevenga a Máximo, porque tiene la llave de la maleta y no sé dónde la ha puesto. Hágalo usted, se lo ruego, sin denunciar a Luciana. Naturalmente... ¿Por quién me toma usted? Siempre se tienen molestias con las mujeres atacadas por el furor de escribir... Estaba violento y nervioso. ¿Cómo podré dárselas a usted esta noche? ¿Es voluminoso?
Pero no sabes, amigo, que no se trata de aventuras galantes ni de amores a la ligera. Nada de rayos. La que amo es Luciana Grevillois, a la que conozco hace mucho tiempo; desde antes de la muerte de su padre, que falleció de repente, hace tres años, en el Observatorio, cuando estaba estudiando con su telescopio un eclipse de luna. Todos los periódicos hablaron de esto.
Elena estaba distraída y me pareció que acogía, con frialdad las frases cariñosas de Luciana, que estuvo, contra su costumbre, pródiga de ellas. ¿Sería la ausencia de Lautrec lo que la tenía tan preocupada? Así lo pensé y sentí renacer todas mis prevenciones. Lacante, que estaba algo delicado y andaba con dificultad, se retiró temprano con su hija.
La superioridad del dinero no existe realmente más que para aquellos que la reconocen, e indignarse por ella es un modo de reconocerla. Seamos, pues, orgullosos y permanezcamos libres de todo sentimiento de envidia, de adulación y de cólera, le dije besando sus bonitas manos. Luciana sonrió débilmente.
Lacante movió la cabeza sin replicar, y siguió diciendo: Deseo de todo corazón que ese matrimonio le haga a usted feliz. Acaso hubiera deseado para usted una esposa cuyos gustos estuviesen más en relación con su fortuna. Sin embargo, si, como espero, Luciana es una mujer de corazón, sabrá sacrificar sus gustos en la medida necesaria.
Nos hemos explicado, perdonado y reconciliado. Me ha renovado la seguridad de su amor y de su voluntad de ser mía. Debería ser dichoso y no lo soy. Cuanto más la conozco, más echo de ver que los sentimientos de Luciana no tienen aquella sencillez franca y luminosa que me conquistó al principio. Su alma es complicada, y lo que ignoro de ella me turba y me alarma.
Palabra del Dia
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