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Actualizado: 2 de octubre de 2025


Leyendo los versos no es posible formarse idea del efecto que produjeron dichos por él, con su voz cálida y envolvente, patético sin esfuerzo y con matices de infinita ternura o de varonil altivez. ¡Cómo tenía atentas y palpitantes a todas las mujeres! ¡Y cuánta era mi irritación al ver a Luciana suspendida de sus labios!

Me has afirmado que no sabías nada de las fechorías de Luciana, a pesar de que estabas perfectamente informada, con pruebas, y has dejado a Máximo, un amigo, caer sin socorro en el lazo que le tendía esa casquivana. Papá, se había confiado a y yo le había jurado el secreto. Has hecho mal, muy mal. Una joven que quiere y respeta a su padre no tiene secretos para él.

Usted piensa díjele riendo, que el bosque de Bolonia es insuficiente como selva virgen. Eso puede llevar muy lejos repuso Luciana. ¡Bah! El mundo es tan pequeño... Pronto se le da la vuelta. ¿Qué es lo que usted llama pronto? Dos o tres años... ¿Y encuentra usted que es poco? Eso prueba que no deja usted detrás ningún pesar.

Creí que se trataba de una pequeña habilidad de coquetería para saber el precio que yo atribuía a sus cartas, que son, en efecto, encantadoras. Me las entregará usted, ¿verdad? ¿Ha manifestado Luciana alguna duda sobre mi lealtad? preguntó con voz alterada. Ninguna... Pero se marcha usted para mucho tiempo... va usted lejos... y es permitida la inquietud...

No; para escribir mi petición en la antesala. ¿Qué tenía usted que pedirle tan importante? Luciana hizo un gesto de irritación y de cansancio. ¿Para qué preguntarme?... Si duda usted de , es inútil... ¿Por qué no decir la verdad, si es inocente? Lo es, pero usted no lo creería.

A Luciana, por el contrario, le divierte esta novela, y lo que me preocupa es el tono de esa correspondencia, la ternura exaltada de las cartas de Luciana y el contraste de esa ternura con la corrección casi fría de nuestras conversaciones. ¿Será que, cuando estamos juntos, una delicadeza pudorosa detiene en sus labios las expresiones vivas? Quisiera creerlo. ¿Será que tema mis temeridades?

Pensé entonces que, al verlos tan interesados el uno por el otro, comparaba tristemente su entusiasmo con nuestro silencio de enfado, y este pensamiento me conmovió. Querida Luciana... he debido comprender que esta expedición la ha puesto a usted nerviosa y que su rigor no era más que un efecto del cansancio... No he debido guardarle a usted rencor...

Nada hay en las de Grevillois que huela a aventuras, y como Luciana es la belleza misma, seré con ella el más feliz de los hombres. Perdóname que no te haya contado desde el principio todos los detalles, pero me lo impedía mi promesa de discreción absoluta. Con un hermano, sin embargo, se puede hacer una excepción, y no quiero que imagines alguna aventura dudosa emprendida a la ligera.

Me quedé maravillado de la razón de aquella joven, de la madurez de su pensamiento, de la penetración, un poco desengañada, de su inteligencia. Se ve en ella un corazón que ha sufrido y que, si no se ha agriado, se ha empapado en las amargas aguas de la adversidad y está más dispuesto a la lucha que a una pasiva resignación. Es una valiente, esta Luciana, y he amado a esta valiente.

Y usted lo ha animado y hasta excitado... Le ha hecho usted perder la cabeza. Nada de eso. Puedo afirmar que es enteramente dueño de mismo. Luciana exclamé, júreme usted que no hay nada entre ustedes. De buena gana, amigo mío... Pero, ¿qué llama usted «nada»? Me ha hecho el amor, no lo niego. Pero usted, ¿qué ha respondido? Palabras sin significación... y nada más.

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