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Actualizado: 2 de junio de 2025
Luciana me interrumpió con violencia: ¿Qué he dado yo al señor Lautrec más que atención trivial y política que tiene toda mujer para el hombre que se ocupa de ella? ¿Qué me reprocha usted, fuera de una inofensiva charla? ¿Tendré que volverme imbécil y huraña para complacerlo a usted? Si así es, no soy la mujer que le conviene. Mucho lo temo.
Tiene también desigualdades de humor, y, de repente, accesos de un encanto imprevisto y de una humildad encantadora. ¡Pobre Luciana! ¿Por qué soy tan severo... y tan injusto acaso con ella? Ayer, cuando llegué a casa de la Marquesa de Oreve, estaba Luciana en el jardín con un libro abierto en la falda.
Luciana, envuelta en un abrigo obscuro cuyo capuchón le velaba en parte la cara, estaba hablando, en un rincón del recibimiento, con Lautrec, en voz baja y animada. Su madre, pronta a salir, la llamó, y le oí decir: ¡Oh! eso, señor Lautrec, nunca... nunca más. Y se separó de él. Adiós, entonces... por mucho tiempo. Dióle Lautrec la mano, y Luciana dejó caer en ella la suya como a su pesar.
Hace unos días creí que el corazón de Luciana se apartaba de mí, y caí en el marasmo de la desesperación. El horrible pensamiento de un rompimiento me perseguía, y vivía en las angustias de los más negros celos. Hoy todo está apaciguado. Luciana es dulce, cuidadosa de no disgustarme... y no estoy tranquilo.
Luciana continuó: Sí... me he decidido... Hace mucho tiempo que Máximo había pedido mi mano... y yo vacilaba... La abominable conducta de Lautrec me ha hecho ver el valor de cada uno. Cuento con usted dije con voz ahogada, para justificarme con Máximo. Quiero tener su estima.
Pareció dudar si me diría una cosa, que por fin no se atrevió a confiarme. Elena, he contado con usted para recobrar esas cartas. ¡Conmigo! ¿Qué puedo yo hacer?... Creo que si usted hubiera insistido... He insistido respondió nerviosamente. He hecho más... he ido a su casa a pedírselas. ¡Oh! Luciana... Sí, una mañana dí ese paso insensato e inútil, sin saberlo mi madre.
No diga usted nada, Polidora; se lo ruego... Hay que enseñar a don Máximo a no ser curioso. Tendré que contar, ciertamente, su fechoría de usted a su señor padre respondió el ama de gobierno. Nada me impedirá cumplir con mi deber. Elena respondió con dulzura: Hará usted bien. Y dirigiéndose a Luciana, le preguntó si le gustaban las flores e hízole admirar las que formaban su ramo...
También va Sofía Jansien, una gorda subida de color y de potentes atractivos, cuya historia te contaré un día. Luciana brilla entre aquellas señoras, puedes creerlo, con un fulgor que deslumbra, con su cabellera de oro y su talle de diosa.
Y vea usted cómo he vencido a mi costa, señor cura, y cómo, por hacer un servicio, me encuentro regañada con el hombre a quien más quiero en el mundo, después que a mi padre. ¡Con tal de que Máximo no vaya a contárselo!... Si mi padre me pregunta, ¿qué le voy a responder? He prometido a Luciana un secreto inviolable...
Dice que no entre usted, porque se le puede pegar su enfermedad. ¡Pobre niña! Aquel cuidado por los demás, en medio de su fiebre, era conmovedor. Polidora la cuida con un celo que la rehabilita a mis ojos. Después de todo, es posible que no le haya faltado más que la ocasión de tener virtudes. He recibido esta mañana una deliciosa carta de Luciana.
Palabra del Dia
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