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Actualizado: 2 de junio de 2025
Sé que hacía mal, pues no debo odiar ni despreciar a nadie... Pero sufría mucho para ser buena. Luciana volvió a darme las gracias y a besarme, pero sus caricias me eran odiosas. ¡Oh! señor cura, regáñeme usted, si quiere; muéstreme mi deber; pero, sobre todo, consuéleme. Usted, que sabe el bien y el mal de mi vida y de mi alma, deme valor y un poco de su piedad. Máximo a su hermano.
¿No le gusta a usted, Elena? ¿Qué quiere usted que le diga? Apenas la conozco... No es más que una chiquilla... Si usted quisiera ocuparse de ella con un poco de indulgencia, la sociedad de usted podría serle muy provechosa. Luciana hizo un gesto que no fue de entusiasmo. No sabría qué decirle... Es imposible encontrar dos naturalezas más opuestas que la de la hija de Lacante y la mía.
Se refieren a personas a quienes la señora de Jansien favorece con su benevolencia. ¿Mi mujer?... La señora de Jansien favorece... La señora de Grevillois y su hija Luciana. El hombre abrió los ojos con asombro. ¿Grevillois? ¿Luciana? No las conozco... Yo insistí: Su señora de usted recibe a esas personas, y creí... Pregunte usted a mi mujer... Yo no sé nada.
Sería el más feliz de los hombres. ¿A pesar de mi coquetería y de... mis defectos? A pesar de todo, pertenezco a usted, Luciana... Mi corazón, mi vida, todo lo que poseo es de usted... Por desgracia, lo que poseo es muy poca cosa. ¿Marignol sigue viviendo? Ciertamente... y no puedo matarlo, al miserable.
Ya con la puerta abierta, Luciana afirmó la voz y me dijo: Hasta muy pronto... Si ve usted esta noche al señor Lautrec, dígale que le deseo buen viaje... Y no olvide usted decir a Máximo que mi madre y yo sentimos mucho no estar con ustedes para darle la bienvenida. Pero Ruán no nos ha consultado para la apertura de su exposición. No olvidaré nada...
Allá, cerca de San Isidro, yo tenía una novia; se llamaba Luciana, una linda muchacha de dieciocho años, que cantaba con una gracia exquisita las canciones de nuestro tiempo. Yo era pobre y muy joven: la casaron con un viejo rico. ¡Ah, no te rías, así le ha pasado a Blanca conmigo, cualquiera diría que yo he querido vengarme de las mujeres! Pero ¡qué épocas aquellas!
Se convino en que iríamos los tres el domingo próximo, y Elena, radiante, nos dio las gracias a Luciana y a mí como si le hubiéramos hecho un rico regalo. Elena al Padre Jalavieux. Septiembre. Me pregunta usted, señor cura, si tengo amigas y cómo son... Todavía no he encontrado ninguna a mi gusto. Tengo, sin embargo, por vecina a una joven muy guapa, inteligente y artista.
Ayer, en casa de la Marquesa de Oreve, donde nos reunimos a festejar la convalecencia de Elena, Luciana deslumbraba. Las demás mujeres parecían comparsas destinadas a hacerla valer y resultaba entre ellas una estrella refulgente. La misma Elena, muy linda, sin embargo, bajo el velo de timidez y de modesto silencio en que se envuelve, se eclipsaba y desaparecía. Nadie puede compararse con Luciana.
Si en aquel momento me hubiera dicho que abriese el balcón y me arrojase de cabeza a la calle, creo que no hubiera vacilado, hasta tal punto estaba mi corazón fanatizado de amor por ella en aquel momento. Haga usted de mí lo que quiera dije muy conmovido. Luciana respondió: Lo que yo quiero es un amigo. ¿Quiere usted serlo? No es bastante.
La mujer aceptaba aquellos cuidados como había aceptado las limosnas, sin dar las gracias y como cosa debida. Los niños se habían diseminado por el campo, adonde los había enviado Luciana a cortar amapolas. No quedaba en la choza más que la hija mayor, sentada en una piedra que servía de mesa y de banco.
Palabra del Dia
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