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Actualizado: 7 de mayo de 2025
La puerta de la mansión de los justos era de oro, tenía luceros en vez de clavos, y junto a ella, sentado en una nubecilla, estaba San Pedro jugueteando con las llaves, aburrido, porque se le pasaban horas y horas sin tener que abrir a nadie.
Dulce nostalgia; anhelo de algo sublime; grato sentimiento de muerte, que alivia, consuela, y eleva las almas hacia la bóveda celeste, ya entenebrecida y salpicada de luceros. El sueño de aquellos días de largo destierro, la ilusión de aquellas tardes invernales, era una realidad. Estaba yo en Villaverde. ¿Adónde iría yo? ¿En busca de los amigos de mis primeros años?
«¿Quién pesca ahora a ese condenado? Hay una reja que no le dejará internarse. Ha de estar a cuatro o cinco varas de la boca». Miraban todos y no le veían. Un guardia civil arriesgó las botas, acercándose a la boca. Llevaba fusil. «Allí está gritó . Le veo los ojos». El guardia distinguía dos luceros en la obscuridad. Desde allí Pecado atisbaba a sus perseguidores con cierta serenidad provocativa.
Espléndida noche, una noche invernal por lo serena, limpia de nubes y pródiga en luceros, semejante a aquella que pareció participar de mi dicha después de que la joven me confesó su amor. Sentado en un viejo sillón, que perteneció a mi abuelo, pensaba yo en Angelina. No la veríamos más en aquel patio ni en aquellos corredores, ni cuidaría de los pajarillos y de las plantas.
Su cara era fina y sonrosada, el corte de la cabeza perfecto, los ojos luceros, la boca de ángel chapado a lo granuja, las mejillas dos rosas con rocío de fango; y su frente clara, despejada y alegre, rodeada de graciosos rizos, convidaba a depositar besos mil en ella.
¡Luceros de radiar inextinguible! ¡soles que apenas los humanos ven; almas, felices almas! ¿es posible que llegue a ser estrella yo también...? ¿Sabéis lo que es el río al parecer inerme, cuyas dormidas aguas espejan lozanías? Es el titán pacífico en cuyo seno duerme un nunca sospechado tesoro de energías. ¿Sabéis dónde ha nacido la plácida corriente?
Sus ojos son dos luceros, como aquel grande y muy claro que está sobre el tejado de esa casa; su boca se compone de dos hojas de rosa; sus dientes hacen que todas las perlas echen a correr de envidia; sus mejillas son claveles abiertos, y cuando llora, sus lágrimas son diamantes.
Apenas nació en su mente este pensamiento atrevido se espantó de él y sintió tanta vergüenza que de buen grado se hubiera ocultado debajo de la tierra. ¡Oh, no, Dios mío! ¡Quién era ella para recibir una gracia semejante, otorgada solamente a las mártires de la caridad y a las seráficas vírgenes que brillan en el cielo como claros luceros! ¡Perdón, Jesús mío, perdón!
Los versos que siguen prueban que esta comedia pertenece al período posterior: «.................. del imperio Es ya nuestra infanta Aurora, Cuyo divino portento Las águilas la juraron Por su Emperatriz; muy presto Por Francia hará su jornada, Dando á París rayos bellos, Porque su hermana y su tía, Cristianísimos luceros Del orbe, esmalten sus luces Con tan glorioso trofeo.»
Si me fuera dable matar en mí esta voluntad, siempre activa, siempre inquieta.... No buscar la felicidad, huir del dolor...» Entregado a estas ideas pasé largo rato, cerrados los ojos, de codos en la roca, oculto el rostro entre, las manos. Había obscurecido y era preciso volver a la ciudad. El caserío estaba iluminado y el firmamento tachonado de luceros.
Palabra del Dia
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