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Actualizado: 28 de junio de 2025
Y, dicho esto, el médico prorrumpió en una carcajada estentórea; todos los que escuchaban sintieron un momentáneo escalofrío. Habiendo conseguido dar aquella broma agradable, el doctor Lorquin añadió en tono más serio: Hullin, yo debía tirar a usted de las orejas. ¿Por qué, cuando se trata de defender la patria, no se acuerda de mí? He tenido que enterarme por otras personas.
Cada vez que Lorquin decía «Pasemos a otro», los heridos se estremecían de terror, a causa de los gritos que habían oído y de los cuchillos que habían visto relucir; pero ¿qué hacer? Todas las habitaciones de la casa, las trojes, los dos cuartos de arriba, todo se hallaba ocupado. No quedaba libre mas que la sala grande para la gente de la alquería.
El doctor Lorquin, con las mangas de la camisa dobladas hasta los codos y una sierra corta, de tres dedos de ancha, en la mano, se hallaba ocupado en cortar una pierna al pobre muchacho, mientras que Despois manejaba una gran esponja. La sangre espejeaba en la cubeta; Colard estaba más pálido que la muerte.
En tal sitio, como el camino que corre a lo largo de la parte superior del muro de la pradera está situado cuatro o cinco pies más arriba que ésta, y como en aquel momento una densa nube velase la Luna, el doctor, temiendo volcar, detúvose bajo la encina. No nos falta mas que una hora de camino dijo Lorquin . Animo, pues, señora Lefèvre; no tenemos prisa.
Respecto de los trabajos, de la prudencia, de la bondad de corazón, de todas las virtudes de la anciana labradora, del patriotismo de Juan Claudio, del valor de Jerónimo y de los tres Materne, del desinterés del doctor Lorquin y de la abnegación de Marcos Divès, nadie decía nada: ¡estaban vencidos!
En aquel instante supremo, la pobre niña, loca de terror, dejó escapar un grito de angustia, y viendo relucir algo en las tinieblas, las pistolas de Lorquin, las arrancó del cinto del doctor, con la rapidez del relámpago, e hizo fuego con las dos a la vez, quemando las barbas de Yégof, cuyo rostro rojizo se iluminó al resplandor de los fogonazos, y destrozando la cabeza de un cosaco que se inclinaba hacia ella con los ojos desencajados por insanos deseos.
Un hermoso perro de caza negro saltaba junto a él, y los faldones de su desmesurada levita se movían como si fuesen alas. Todo el mundo exclamó: Es el doctor Lorquin, el del llano, el que cura gratis a los pobres; viene con su perro Plutón; es una excelente persona. En efecto, era él, que llegaba trotando y dando voces: ¡Alto!... ¡Quietos!... ¡Alto!
¡Sentémonos!... ¡Bebamos! exclamó el doctor Lorquin ; ésta es la corona de la fiesta. ¡Ah, querido Gaspar, cuán contento estoy de verte sano y salvo! decía Hullin . ¡Eh!, ¡eh!, sin que esto sea adularte; más me agrada verte así que cuando tenías la cara redonda y colorada. ¡Ahora estás hecho un hombre, pardiez!
Entonces Hullin volvió tranquilamente a la granja, hablando con Nickel Bentz. El doctor Lorquin iba detrás, seguido de Plutón, y los restantes espectadores se marcharon cada uno a su sitio, alrededor de las hogueras del vivaque.
Todo el campo se puso en movimiento; algunos hombres corrieron a avisar a Hullin, que desde hacía una hora dormía en la alquería, echado en un enorme jergón, junto al doctor Lorquin y su perro Plutón.
Palabra del Dia
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