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Actualizado: 28 de junio de 2025


Todos querían devorar a la vez, pero el doctor Lorquin, a pesar del hambre canina que sentía, tuvo la buena ocurrencia de advertir a Marcos que no les hiciera caso, porque la menor congestión sería para ellos mortal. Por lo cual no recibió cada uno mas que un pedazo de pan, un huevo y un vaso de vino, lo que les reanimó extraordinariamente.

El doctor Lorquin, Despois, Marcos Divès, Materne y sus dos hijos, gente toda de buen diente y de apetito magnífico, esperaban la cena con impaciencia. ¿Y nuestros heridos, doctor? preguntó Hullin al entrar. Todo está terminado, señor Juan Claudio. El trabajo que usted nos ha dado ha sido rudo, pero el tiempo es favorable y no son de temer las fiebres pútridas; todo se presenta bien.

Cuando salió el Sol, la meseta se hallaba desierta y, a excepción de cinco o seis hogueras que continuaban humeando, nada revelaba que numerosos guerrilleros ocupaban los puntos estratégicos de la sierra, ni que habían pasado la noche en aquel sitio. Hullin, sin sentarse, tomó un bocado y se bebió un vaso de vino en unión del doctor Lorquin y del anabaptista Pelsly.

¡, , mamá! exclamó la joven, entusiasmada al ver que se iba decididamente a la guerra ; vamos a trabajar muchísimo; pasaremos la noche velando, si es preciso. El señor Lorquin quedará satisfecho. ¡Pues bien! ¡En marcha! Usted comerá con nosotros, doctor. El carro partió al trote.

Hullin desapareció tras el ángulo de la casa de labor; allí la obscuridad era completa, y apenas se veía al doctor Lorquin, a caballo delante de un trineo, empuñando un espadón de caballería y un par de pistolas de arzón al cinto, y a Frantz Materne, al frente de una docena de hombres armados de fusiles, que temblaba de ira.

El doctor, con un cuchillo grande, hizo rápidamente un corte circular en la carne. Nicolás rechinó los dientes. La sangre saltó. Despois se ocupaba en ligar algo. La sierra rechinó durante dos segundos, y el brazo cayó pesadamente al suelo. Esto es lo que se llama una operación bien terminada dijo Lorquin. Nicolás había dejado de fumar; la pipa se desprendió de sus labios.

Pero Lorquin había hablado con sobrada ligereza; después de recorrer doscientos o trescientos pasos por el valle, los cosacos se apretujaron como una bandada de estorninos, describiendo un círculo, y con la lanza en ristre y la cara casi entre las orejas de sus caballos se lanzaron a todo correr contra los guerrilleros, gritando con voz ronca: «¡Hurra, hurraFue un momento terrible.

Lagarmitte estaba con ellos, pues no debía separarse del señor Juan Claudio en todo el día, para transmitir sus órdenes en caso de necesidad. A las siete de la mañana no se había notado aún movimiento alguno en el valle. De vez en cuando, el doctor Lorquin abría la hoja de una ventana de la sala grande y miraba: nada se movía; las hogueras se habían apagado; todo se hallaba en tranquilidad.

Palabra del Dia

rigoleto

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