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Actualizado: 2 de junio de 2025
Me propuse calmar el ánimo de la doncella, quitarle, en cuanto fuera posible, la mala impresión que mi ligereza y mis imprudentes palabras le habían causado, y lo conseguí.
El capítulo titulado "La Aduana," que sirve de introducción á la novela, destinado por Hawthorne á que formara una especie de contraste con el cuadro sombrío de la historia, gracias á la ligereza de las pinceladas y al buen humor que en él reinan, realizó perfectamente el fin apetecido; pero en la época en que se publicó, su inocente desenfado concitó contra el autor las iras de algunos de los ciudadanos de Salem, que creyeron verse retratados á lo vivo en los bosquejos de empleados de quienes ya nadie se acuerda.
En una palabra, era de esos que tienen cosas y salidas, a quienes se tolera cuanto les viene a los labios, porque en ellos no hay ofensa posible, pues su propia ligereza quita importancia y valor a cuanto dicen «Emilia, yo quiero ser el sucesor de Gabriel.» «Emilia, tenga Vd. paciencia.... pero hay que dejar pasar un año.» «Emilia, alguno ha de ser, y si él nos ve desde el otro mundo preferirá que sea yo.» «Emilia, un día va Vd. a tener que echarme de mala manera.» Y todo esto delante de sus amigas, sin rebozo, con inocente descaro, seguro de que poniéndose serio o dando la mejor señal de enojo había de caer sobre ella un ridículo espantoso. ¿Qué mujer discreta iba a contestarle en serio?
Otro ruido extraño vino a aumentar su zozobra: oyóse un ligero golpe metálico, argentino, semejante al de la hoja de un puñal chocando con precaución sobre una superficie cristalina o marmórea; después, a intervalos y por largo rato, un ruido sordo de algo que frotaba con rapidez y ligereza... Quizá el vecino afilaba el puñal, quizá lo estaba envenenando...
Pero ¿cómo puede denigrarnos un muerto? Y si un muerto puede denigrarnos, entonces, ¿no habremos cometido una ligereza al matar a Ferrer? Por mi parte, yo creo que, en efecto, hemos cometido una gran ligereza, un descuido imperdonable. En vano sus enemigos dicen que Ferrer no era un sabio ni un pedagogo.
Eran unos hombres que venían borrachos profiriendo horribles juramentos, atropellando y riendo desenfrenadamente como una turba de demonios regocijados. La joven sintió tal sobresalto, que no pudo permanecer allí un instante más y echó á correr con mucha ligereza.
Pero al llegar á la calle, se convenció de que nadie la espiaba, y recogiéndose las faldas, echó á correr con una ligereza juvenil. Su arrugado rostro se dilató, jadeando de fatiga; sus cabellos blancos se escaparon en desorden de la pañoleta de punto con que abrigaba su cabeza. Cuando llegó al cinematógrafo, salían de él los últimos grupos de espectadores.
Se reconocía fatigado, melancólico, viejo, poco ameno, mal vestido, nada elegante, y a cada paso veía hombres cuyas prendas de entendimiento, cuyo valer moral, cuya alma, en suma, le parecían muy inferiores a lo que en su ser propio notaba y estimaba; pero que eran, al mismo tiempo, tan superiores a él en todo lo que más fácilmente se nota y se estima, como, por ejemplo, distinción y soltura en los modales, juventud, hermosura física, salud y brío, amenidad y alegría en el trato, ligereza y gracia en la conversación, que miraba como prodigio inexplicable que su mujer no gustase, más que de él, de cualquiera de dichos hombres.
Susana era bulliciosa y alegre; Valeria, tranquila y melancólica; la ligereza y vivacidad de una hallaban compensación y freno en la sensatez y reposo de otra: lo que al parecer debiera separarlas era precisamente lo que les unía. Pero aún estaba su amistad asentada en fundamento más firme.
En uno de los ángulos del prado se hallaba el grupo de los bailadores que movían las piernas con ligereza al son de la gaita y el tambor, rodeados de otro grupo más numeroso de curiosos. Pero lo que más atraía la vista era un gran nogal, colocado casi en el centro del campo, que por lo espeso de sus hojas y lo bien recortado semejaba una enorme planta de albahaca.
Palabra del Dia
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