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Actualizado: 2 de junio de 2025


Yendo, pues, con este pensamiento, vio que, por cima de una montañuela que delante de los ojos se le ofrecía, iba saltando un hombre, de risco en risco y de mata en mata, con estraña ligereza.

Si era verdad que parecía haber absorbido parte considerable de la infinita sustancia que en la tierra existe, también lo es que conservaba mucha ligereza en todo su cuerpo, y que no lo pesaban las mantecas.

No la defendió en la tertulia por no contradecir a doña Inés y por no censurar indirectamente la excesiva severidad del padre Anselmo contra el lujo de las mujeres; pero allá en su interior no vio nunca malicia en lo que Juanita había hecho, y se limitó a calificarlo de inoportuna ligereza, de que la madre era más culpable que la hija.

En hay error; pero mala fe, jamás. La ligereza, ¿será hermana del crimen?... »He recurrido al juego y no he tenido suerte; se han conjurado contra hasta los abominables ganchos de los garitos. Es preciso acabar dignamente. Cada cosa que pierde el cimiento cae según su natural condición. Ayer te vio y quiso tirarte a la calle. Esta noche, y yo nos entenderemos.

El antiguo fondo moral de la raza helvética, la seriedad y la tristeza acumuladas en el corazón de la raza por efecto de la contemplación de los gigantescos Alpes; la rigidez casi ingrata de aquel protestantismo que excluyera de Ginebra durante un tiempo la música por ser un arte demasiado voluptuoso, se despertaron en él después de los primeros ardores, y a la ligereza algo intencional del joven poeta, sucedió la rectitud inflexible del hombre maduro.

El banderillero acabó por marcharse, huyendo de la señora Angustias, que, a impulsos de la indignación, mostraba la misma ligereza de lengua de los tiempos en que trabajaba en la Fábrica de Tabacos. Proponíase no volver más a la casa de su maestro. Encontraba a Gallardo en la calle.

La herramienta era suya: una azada de nueve libras de peso, que habían de manejar con ligereza, como si fuese un junco, de sol a sol, sin más descanso que una hora para el almuerzo; otra para la comida, y los minutos que les concedía el capataz con su voz de mando para que echasen cigarro. Nueve libras, padre añadía el señor Fermín.

Á me parece que debes ir... Á pesar de todo le has querido: él te ha querido también y probablemente te sigue queriendo... Sería crueldad, por tu parte, el no decirle adiós. Está bien, iré aunque me cueste trabajo. Hubo una pausa. Uceda preguntó al cabo con afectada ligereza: ¿Y Antoñico? Turbóse Soledad al escuchar la pregunta y exclamó con ímpetu: ¡No me hables de ese charrán!

Precisamente oyó entonces la voz de su madre, y corriendo con la misma ligereza que revoloteaban los pajaritos ribereños, se presentó ante Ester, bailando, riendo, y señalando con el dedo el adorno que se había fijado en el pecho.

Halló a su yerno menos recalcitrante de lo que ella esperaba; a él mismo no le disgustaba el no afrontar la presencia de su mujer tan en seguida concediendo que tal vez por simples sospechas había procedido con demasiada ligereza e ido demasiado lejos.

Palabra del Dia

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