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Actualizado: 6 de mayo de 2025


En este momento se abrió una puerta y un lacayo, dominando apenas el rumor de las conversaciones, pronunció estas tres palabras. Miss Jenny Hawkins. En la puerta apareció la cantante, alta, esbelta, orgullosa, un poco pálida, pero con la sonrisa en los labios. Estaba vestida con un traje de damasco blanco adornado de encajes de oro.

Todavía hablábamos con la familia americana, cuando, delante de nosotros, se para un coche, abre el lacayo la portezuela, y asoma una mujer de hermosa figura. Pone el pié en el estribo, se suspende el traje, habla con el lacayo, y así se estuvo un par de minutos, como para que nosotros admirásemos el bello contorno de su pierna.

Por fin, pocos días antes de la muerte de don Íñigo, volvió a recibir un billete en el cual le manifestaban que Ramiro era hijo de doña Guiomar de la Hoz y de un moro de Córdoba; y que si acudía tal día, a tal sitio y a tal hora, se le haría conocer toda la historia del nacimiento. Don Alonso dirigiose al lugar de la cita, acompañado de un solo lacayo.

La cabeza se me abrasa, y parece que me vuelvo toda uñas...». Salieron las señoras. Fortunata vio primero a una de pelo blanco, después a Jacinta, después a una pollita que debía de ser su hermana...; vio terciopelo, pieles blancas, sedas, joyas, todo rápidamente y como por magia. Las tres entraron en el coche, y el lacayo cerró la portezuela. ¡Pero qué cosas!

La dueña contorneaba su forma ancha y sombría en el luminoso vano de la puerta, que acababa de abrirse. ¡Las polillas! ¡Las polillas! volvió a gritar Beatriz, sacudiéndose el manto. Un instante después, cuando la dueña terminaba apenas de borrar en los vestidos de su señora la última señal de los insectos, un lacayo vino a decir que doña Guiomar esperaba en su aposento.

De pronto, la puerta se sacudió con estrépito, y oyose en el corredor una voz desesperada que comenzó a gritar: ¡A ! ¡A ! ¡Socorro! ¡Soy muerto! El canónigo saltó del asiento, descorrió el cerrojo y abrió. Era un lacayo. El infeliz, con el semblante blanco como el yeso, sin soltar de sus manos una silla de montar, cubierta de terciopelo azul, fue a arrojarse a los pies de su señor.

Por eso siente con tanta vehemencia el deseo de esparcirse por el mundo, pasando de lacayo á patrón. Repentinamente, don Marcelo dejó de ir con frecuencia al estudio. Buscaba ahora á su amigo el senador. Una promesa de éste había trastornado su tranquila resignación.

Pasó el mediodía sin que Ramiro recibiese aviso alguno. A eso de las cinco de la tarde, Pablillos vino a comunicarle que don Alonso acababa de salir de su casa en una silla cubierta, y que, según les había dicho un viejo lacayo, aquel señor, después de algún tiempo, pasaba la noche en el convento de Santo Tomás. La tarde moría.

Mis amigos se hallaban a cincuenta pasos de distancia. Heznar ordenó a un lacayo que le trajese su caballo y despidió al criado dándole una moneda de oro. Yo permanecía inmóvil, sin sospechar cosa alguna. Fingió que iba a montar, pero volviéndose de repente hacia , con la mano izquierda en el cinto y tendiéndome la diestra, dijo: Aquí está mi mano.

El lacayo tiró el patio adelante y llevó á la comedianta á las altas regiones donde vivía el cocinero mayor. Allí es, señora dijo señalando una puerta á Dorotea. Bien, idos; gracias. El lacayo se fué. Dorotea se quedó sola en una galería estrecha, larga y tortuosa y delante de una puerta. Llamó á ella con impaciencia. Abrióla una mujer joven y bella. Era Luisa.

Palabra del Dia

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