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Y mostró un lacayo, que era el Adjetivo Necesario. Quítenmela, que la mato chillaba la Religión, que había venido á las manos con la Política; quítenmela, que me ha usurpado el nombre para disimular en el mundo sus socaliñas y gatuperios. Basta de indirectas. ¡Orden! dijo el Sustantivo Gobierno, que se presentó para poner paz en el asunto.

Íbase Tosilos desenlazando la celada, y rogaba que apriesa le ayudasen, porque le iban faltando los espíritus del aliento, y no podía verse encerrado tanto tiempo en la estrecheza de aquel aposento. Quitáronsela apriesa, y quedó descubierto y patente su rostro de lacayo. Viendo lo cual doña Rodríguez y su hija, dando grandes voces, dijeron: ¡

En topando algún paje, caballo o lacayo, los hacía parar y les preguntaba cúyo era, y decía de las señales y si le querían vender; hacíale dar dos vueltas en la calle, y, aunque no la tuviese, le ponía una falta en el freno y decía lo que había de hacer para remediarlo, y quiso mi ventura que topé muchas ocasiones de hacer esto.

Y soy tan desgraciado, que estándome diciendo el lacayo que nos fuésemos, llega por detrás el letradillo, y conociendo su rocín arremete al lacayo y empieza a darle de puñadas, diciendo en altas voces que qué bellaquería era dar su caballo a nadie; y lo peor fue que, volviéndose a , dijo que me apease con Dios, muy enojado.

Que enganchen. Sorprendiose la vieja de verla tan madrugadora; mas obedeció sin resistencia, y al cabo de media hora se apearon ambas ante el pórtico de San Isidro el Real. Esperad aquí dijo Paz al lacayo. ¡Qué capricho! murmuraba la dueña modernizada. ¡Al demonio se le ocurre venir tan lejos a misa! No vamos a misa.

El canónigo despidiose de Ramiro, y, al ir a penetrar en la iglesia, un lacayo le detuvo para decirle que el señor de San Vicente le mandaba llamar. La casa estaba a pocos pasos, en el barrio de San Gil.

Afirmóse sobre sus plantas aquel hombre, y clavó sus ojos en Quevedo. ¡Ah! ¡es vuesa merced! Yo te daba ahorcado. Y yo á vuesa merced desterrado. Pues encuéntrome en mi tierra. Y yo sobre mis canillas. ¡Gran milagro! Sirvo á buen amo. ¿A su excelencia?... Decís bien: porque sirvo á don Rodrigo Calderón... ¡Criado del duque de Lerma!¿conque eres?... Medio lacayo... Medio requiem... Decís bien.

Cambió de aspecto el lacayo al oír esta revelación; dejó su aspecto altanero y un si es no es insolente; pintóse en su semblante una expresión servicial y cambió de tono; lo que demostraba que el cocinero mayor tenía en palacio una gran influencia, que se le respetaba, y que este respeto se transmitía á las personas enlazadas con él por cualquier concepto.

La esposa de Felipe III se dirigió a la antesala y allí dijo a un lacayo: El abrigo de esta señora. No se habló otra palabra. El lacayo entregó el abrigo. María Estuardo se lo puso sin ayuda de nadie, con mano temblorosa. Luego avanzó unos cuantos pasos, y volviéndose de pronto, dirigió una mirada de odio mortal a D.ª Margarita de Austria, que se la devolvió acompañada de una sonrisa de desprecio.

Cerca ya de las seis salieron del establecimiento y enderezaron los pasos hacia la calle de la Reina, donde vivía el general Ríos. Era noche cerrada todavía. Al llegar vieron el coche a la puerta en espera ya de su dueño. Pasaron al conde un recado por el lacayo y no tardó en presentarse envuelto en un gabán de pieles; el lacayo venía detrás con los sables.