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Esperó en un zaguán, y cuando salió un lacayo le siguió y le dijo, fingiendo la voz de tal modo que no podía ser reconocido: Yo soy tal persona, que puedo hacerte mucho daño si te niegas á servirme, y rico si me sirves bien. Y diciendo esto, puso en las manos del lacayo algunos doblones de á ocho. ¿Y qué puedo hacer, señor? dijo el lacayo vencido completamente.

«...Preguntado Francisco de Juara, lacayo del señor conde de La Oliva dónde había estado esta noche desde su principio y con qué personas había hablado, dijo: que al principio de la noche, su señor le mandó seguir á un embozado; que habiéndole seguido, el embozado se entró en el zaguán de las casas que en esta corte tiene el excelentísimo señor duque de...» Adelante.

Miguel echó una mirada atrás porque estaba seguro de que el lacayo se lo iba a contar todo a Pedro. Espérate un poco... ahí viene la Albini... El tío Manolo saludó a la última moda agitando el sombrero en el aire. La blonda y obesa cantante, que venía arrellanada en una carretela, le contestó con sonrisa amistosa.

Los enredos de Benito, de Lope. El lacayo fingido, de Lope. Tres loas de Lope de Vega se han impreso juntas con el título: «Tres loas famosas de Lope de Vega, las mejores que hasta oy han salido. Aora nuevamente impresas en Sevilla por Pedro Gómez de Pastrana a la Carcel Real: año de 1639

Entonces dio al lacayo unas señas que estaban apuntadas con lápiz, las últimas, de su letra misma. Calle de Rebollo, número 68... Hotel... ¿Quién vive allí? preguntó Margarita. Pues no ... Es una francesa que pinta... Con tal que le saquemos algún cuadrito... ¿Sabe usted que esto es muy divertido?...

Y después la palabra terrible como un latigazo: «¡Vete!»; como a un lacayo que osa atreverse a su señora, y la verja, cerrándose a sus espaldas con estrépito cayendo como una losa de tumba entre él y la artista. No volvería: le faltaba valor para arrostrar su mirada.

Al atravesar una antesala, encontróse Currita un lacayo, que le presentó una carta en una bandeja de plata. Para el señor marqués de Sabadell dijo. Tomóla al punto Currita, con grande prisa, y miró el sobre; era su letra una de esas letras inglesas de mujer, de rasgos firmes y corridos, y por debajo del nombre de Jacobo, decía: Urgentísima. ¿Quién ha traído esto? preguntó.

Será todo lo romántico que quieras, y es opuesto a mi modo de pensar hablar en tono amargo de ciertas cosas; pero yo, que de todas las preocupaciones me río, he venido a estrellarme contra una de las más poderosas. La distancia que nos separa no sería mayor si fueses reina y yo lacayo, como los personajes de aquel drama francés que estabas leyendo la otra tarde.

Y se presentaba con una prontitud escénica, como si esperase entre bastidores, un lacayo de casaca azul y oro llevando en las manos una linterna sorda y un gancho para huronear entre las piernas de los jugadores, hasta que encontraba el objeto perdido. Una disciplina de buque de guerra, donde cada cosa está en su lugar y cada hombre en el sitio de sus funciones, se notaba en las vastas salas.

En ese instante, hacia la derecha del mancebo, un desconocido, con galas de soldado, exclamó, reteniendo a un lacayo por el gregüesco: ¡Ea, seor Antoñico, no nos alargue la penitencia y arrímenos por piedad otro plato de bódigos y unos vidriecicos del San Martín, que fenecemos!