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Actualizado: 6 de junio de 2025


Esto ¿se puede sufrir? Llévale á curar, Bernal. No lo acabes de decir. No queda lacayo en ser 1845 Donde esta mujer está. Bravas bofetadas da. Dos mozas azotó ayer. ¡Ea, ea! Que no es nada. DO

No reñir, y cada uno á su puesto, que si me incomodo.... No ha de ser dijo el Sustantivo Mal, que en todo había de meterse. ¿Quién le ha dado á usted vela en este entierro, tío Mal? Váyase al Infierno, que ya está de más en el mundo. No, señoras; perdonen usías, que no estoy sino muy retebien. Un poco decaidillo andaba; pero después que tomé este lacayo, que ahora me sirve, me voy remediando.

La marquesa de Cual, se fugó a Bruselas con el secretario de la embajada de Rusia. A esta señora le gustaban los toreros; a aquélla la habían sorprendido con el lacayo. La condesa de Tal se gloriaba de tener tres amantes a un tiempo.

Muy bien asentí; y diez minutos después la acompañaba hasta abajo y le hacía subir, sonriendo dulcemente, en su elegante victoria, cuyo cochero y lacayo vestían ahora de luto. ¿No es verdad que suponen ustedes que estaba jugando una peligrosísima partida? Y era así, en efecto, como después tendrán ocasión de verlo.

Su lacayo vino a arrancarle de su amargo dolor prometiéndole la visita de M. Bernier, cirujano del Hospital, miembro de la Sociedad de Cirugía y de la Academia de Medicina, profesor de clínica, etc., etc.

Que lleven al momento esta carta donde dice el sobre dijo el padre Aliaga ; vos, seguid acechando; si esos hombres salen antes de que lleguen dos ministros del Santo Oficio, les haréis seguir por el lacayo de palacio que creáis más á propósito. Muy bien, señor. Ahora, enviad recado á la señora doña Clara de Soldevilla, menina de su majestad, de que yo la pido licencia para verla.

El caballejo, de una delgadez inverosímil, como si hubiera ayunado todo el invierno, parecía un fantasma de caballo tirando de un fantasma de coche y que hacía pensar en los versos de Scarron: Se ve la sombra de un lacayo Cepillar la sombra de una carroza Con la sombra de cepillo.

Parecíame que el velo de mi mantilla no era bastante tupido para evitar que las gentes leyeran en mi cara lo que me estaba pasando. »Al entrar en la berlina, dije al lacayo en el momento de ir a cerrar la portezuela: » Imperial, 15

A las tres pidió la señora condesa la berlina y dio al lacayo, como la cosa más natural del mundo, las señas de Jacobo. Vivía este en la calle de Alcalá, en un precioso cuarto de soltero, y constaba su servidumbre de un ayuda de cámara, un jockey, una ama de llaves y un cocinero; en las cuadras, situadas al final de la calle del Barquillo, tenía cuatro caballos ingleses, tres de tiro y uno de silla, una berlina, un char-

El conserje era uno de sus criados y sabía que dos golpes de timbre significaban una visita para su señora. Las puertas se abrieron por solas ante el joven doctor. Un lacayo le cogió el gabán de sobre los hombros con tanta ligereza que apenas si lo advirtió. Otro le introdujo, sin anunciarle, en el comedor. En aquel momento el conde y la señora Chermidy se sentaban a la mesa.

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