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Poco después seguía por las calles al lacayo del duque de Lerma. Llena estaba la antecámara de audiencias de palacio de pretendientes, cuando el tío Manolillo llegó al alcázar.

Dos virtudes domésticas que se llaman laboriosidad y economía: aquí el verdadero dote, el dote más grande, que un padre puede dar á su hija. Con ese dote, la pobre es rica; y la fea es hermosa. Sin ese dote, la hermosa es fea, y la rica es pobre. ¡Cuántos pechos exhalarán un profundo suspiro, al leer estos desaliñados renglones! La francesa partió con el lacayo.

Abrazóle la duquesa asimismo, y mandó que le regalasen, porque daba señales de venir mal molido y peor parado. Capítulo LVI. De la descomunal y nunca vista batalla que pasó entre don Quijote de la Mancha y el lacayo Tosilos, en la defensa de la hija de la dueña doña Rodríguez

-Nadie dude de esto -dijo Sancho-, porque mi señor tiene muy buena mano para casamentero, pues no ha muchos días que hizo casar a otro que también negaba a otra doncella su palabra; y si no fuera porque los encantadores que le persiguen le mudaron su verdadera figura en la de un lacayo, ésta fuera la hora que ya la tal doncella no lo fuera.

Su cara de remolacha aparecía, en efecto, en lo alto del pescante, zambullida en enorme cuello de pieles, y su cabeza cuadrada quedó al descubierto cuando, saltando Fritz del asiento como empujado por un resorte, abrió la portezuela, tieso, acompasado y expedito, como verdadero lacayo elegante y correcto.

¡Mi sobrino!... dijo el cocinero del rey ; yo no tengo sobrinos; llevad bien esa ánade, Cristóbal. ¿Sois vos el señor Francisco Martínez Montiño? dijo Juan Montiño adelantando. , por cierto, que así me nombro contestó el cocinero del rey dando á otro lacayo otro plato, y sin volverse á mirar á quien le hablaba.

Salía mañanero, sin mula ni lacayo, y vestido de ropas sencillas que no atrajesen la mirada; pero llevando, eso , la hermosa espada templada en Toledo, con que le había obsequiado su tío abuelo don Rodrigo del Aguila, una daga de provecho y el consabido coleto de ante, por debajo del jubón.

La mampara volvió a abrirse, y apareció primero una chistera descomunal, luego una cara de muñeco llorón y por último un cuerpecito ataviado de larga levita, y botas altas, que todo él hubiera cabido, como en una funda, dentro del sombrero de copa; era el lacayo de Jacinto, que traía el faetón.

Gorito Sardona, mico de guardia aquella noche, tomó el estuche de manos del lacayo y púsolo sobre la mesa, llamando a gritos a Currita.

Las damas toman el ascensor, que las lleva hasta el primer piso. La condesa llama; se abre una puerta; un lacayo muy correcto introduce a estas damas en un salón y poco después aparece la señora Maschine. Es una mujer joven, alta, delgada y de una belleza soberana; luce un vestido de interior muy modesto, pero de una elegancia discreta. Presentaciones.