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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Que Materne, el padre; Labarbe, de Dagsburg; Jerónimo, de San Quirino; Marcos Divès, Piorette el ségare y Catalina Lefèvre entren en la fábrica. Vamos a deliberar. Dentro de un cuarto de hora o de veinte minutos daré las órdenes. Mientras tanto, cada aldea designará dos hombres para que vayan con Marcos Divès a buscar pólvora y balas al Falkenstein.
Ha sido Yégof, el loco Yégof dijo Jerónimo, cuyos ojos grises, rodeados de profundas arrugas y cubiertos de espesas cejas blancas, parecieron fulgurar en las tinieblas. ¡Ah! ¿Estás seguro?... La gente de Labarbe le ha visto subir cuando conducía a los otros. Los guerrilleros se miraron con indignación.
Juan Claudio parecía contento. ¿Qué hay, Nickel? ¿Qué pasa por allá abajo? exclamó. Hasta el presente, nada nuevo, señor Juan Claudio; sólo del lado de Falsburgo se oye tronar como si fuese una tormenta. Labarbe dice que son cañonazos, porque durante la noche se han visto pasar los relámpagos sobre el bosque de Hildehouse, y esta mañana unas nubes grises se han extendido por el llano.
De ese desgraciado de Labarbe, que no ha sabido defender el desfiladero del Blutfeld. Bien es cierto que ha muerto cumpliendo con su deber; pero eso no repara el desastre, y si Piorette no llega a tiempo de socorrer a Hullin, todo se habrá perdido; será preciso abandonar el camino y batirnos en retirada. ¡Cómo! ¿El Blutfeld ha sido tomado?
La cabeza de Marcos Divès, con su ancho sombrero de fieltro, rígido por el frío, se inclinó en la sombra. ¿Qué hay, Marcos? ¿Qué noticias? ¿Has avisado a los de la sierra, a Materne, a Jerónimo, a Labarbe? Sí, a todos. Pues no hay tiempo que perder; el enemigo ha pasado. ¿Ha pasado? Sí..., en toda la línea... He recorrido quince leguas por la nieve, desde esta mañana, para decírtelo. ¡Bien!
Materne prometió vigilar el desfiladero de la Aduana con sus dos hijos, Kasper y Frantz, y contestar a la primera señal que le hicieran desde el Falkenstein. Al día siguiente, Juan Claudio marchó a Dagsburg, muy temprano, para ponerse de acuerdo con su amigo Labarbe, el leñador.
Hace veinte años que oigo hablar de los rusos, de los austriacos y de los cosacos decía sonriendo el anciano Materne , y no me disgustaría ver algunos en la punta de mi fusil; eso siempre alegra el ánimo. Sí respondió Labarbe ; vamos a ver tipos curiosos; los niños de la sierra podrán contar anécdotas de sus padres y de sus abuelos.
No tuvo tiempo mas que para gritar: «¡A las armas!... ¡Estamos cercados!... Me envía Jerónimo...; Labarbe ha muerto... Los alemanes han pasado el Blutfeld.» ¡Era un valiente! murmuró Catalina. Sí, era un valiente contestó Frantz inclinando la cabeza. Quedó todo en silencio, y el trineo siguió avanzando por el valle tortuoso durante un largo espacio de tiempo.
Los dos amigos llegaron hasta Walsch con el objeto de estrechar la mano de Daniel Hirsch, antiguo artillero de marina, que les prometió arrastrar consigo a la gente de su concejo. En aquel sitio, Labarbe dejó a Juan Claudio, que siguió solo su camino.
Pero si esto continúa, los austriacos estarán aquí antes de que tengamos un jefe. ¡Sí, sí, Hullin! exclamaron Labarbe, Divès, Jerónimo y otros varios . ¡Vamos a votar en pro o en contra! Entonces Marcos Divès, encaramándose en los troncos, exclamó con voz de trueno: ¡Los que no quieran a Juan Claudio Hullin por jefe que levanten la mano! Ni una sola mano se levantó.
Palabra del Dia
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