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Al revés que con la sentimental y lánguida inglesa, crédula e inocente como un niño, subyugada por su irresistible vencedor y adorándole como a un dios, Raúl se veía esta vez en presencia de una fuerza real, de un carácter firme, viril y enérgico, templado en la dura escuela de la desgracia.

Después, sostenida en el brazo derecho de Morsamor y reclinada en su hombro, tras no breve pausa de silencio y reposo, Urbási con lánguida y entrecortada voz, dijo a Morsamor casi al oído: No; este amor invencible, fuerte, gigante, inmenso, no ha podido nacer en , ni ha nacido de súbito. Antes de conocerte yo te presentía y te amaba.

Con voz flaca y lánguida, pidió que la desembarazaran del abrigo, pues se moría de calor; Susana dió satisfacción seguidamente a su deseo, desató los lazos de la capota, que la ahorcaban, y aflojó el corsé, requisito indispensable cada vez que la señora volvía de la calle. Ella daba suspiritos de alivio, la cabeza desmayada sobre el respaldo del sillón, los ojos cerrados voluptuosamente.

Estuve en dos o tres teatros. Son de estilo inglés, generalmente pequeños y bonitos. En uno de ellos vi la famosa opereta Patience, crítica acerba de la última plaga de la literatura inglesa, el estetismo; esto es, la lánguida aspiración al ideal, traducida en maneras vaporosas, en posturas de virgen rosácea, en grupos de un helenismo rococó.

La naturaleza, lánguida y enclenque entonces, iba quedándose, como si dijáramos, en cueros vivos; las brisas eran más frescas, y en lugar del sonido armónico y majestuoso que formaban perdidas entre el follaje de junio, gemían lastimeras al chocar contra los escuetos miembros de los árboles; lloraban fatídicas, como si fueran la voz de la naturaleza que lamentara la pérdida de sus risueñas galas.

Esta es la verdadera flor del mundo. Toda la creación de sangre pálida, egoísta, lánguida, vegetativa relativamente, parece que no tiene alma cuando se la compara con la vida generosa que hierve en esa púrpura y enciende la cólera y el amor. La fuerza del mundo superior, su encanto, su belleza, es la sangre.

En el mismo ángulo bailaba Charito, que dirigía a su amiga, de vez en cuando, miradas de reproche; pero en seguida su cara se iluminaba escuchando a su compañero, que era el joven de la voz amaricada. Adriana había cesado de bailar. Seguía Muñoz con los ojos su silueta indefiniblemente lánguida. Su andar era suave.

El espíritu permanecía tan juvenil como a los diez y ocho años. Era el mismo ser apasionado y tierno, dulce unas veces, iracundo y terrible otras, marchando al soplo de sus caprichos, viviendo en lánguida ociosidad.

Poco ganoso de volver a su cuarto triste y frío, el joven prestaba gustosamente oídos a la charla de su hostelera y sus ojos se detenían con verdadera complacencia en la blanquísima nuca que adornaban unos ricillos de su cabello, o bien en la flexibilidad de su cintura... A veces se quedaban ambos silenciosos; la mirada lánguida de Miguelina se encontraba con los azules ojos del guarda general; éste, de ordinario frío y reservado, se expansionaba, se atrevía a alguna insinuación galante, y entonces, con su intuición femenina, la hostelera del Sol de Oro adivinaba, por ciertas inflexiones de su voz llenas de emoción, que su huésped se iba haciendo cada día menos insensible a sus encantos.

Rara vez las traía a casa de Osorio. Vino también la marquesa de Ujo, una mujer que había sido hermosa: ahora estaba demasiado marchita; lánguida como una americana, aunque era de Pamplona, algo romántica, presumiendo de incomprensible y con aficiones literarias.