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Actualizado: 4 de mayo de 2025


Lloraba con amargo desconsuelo, y las lágrimas calmaron sin duda, su loca furia. Acercose Benina un poquito, y vio su rostro inundado de llanto que le humedecía la barba. Sus ojos eran fuentes por donde su alma se descargaba del raudal de una pena infinita. Pausa larga. Almudena, con voz quejumbrosa de chiquillo castigado, llamó cariñosamente a su amiga. «Nina... amri... ¿Estar aquí ti?

Duró esta aventura diez y ocho meses, y comenzaba ya a sentir las proximidades de la saciedad cuando recibió un día la notificación de un cambio de residencia. Al conocer la triste nueva, la señora Miguelina se deshizo en lágrimas.

A los pocos minutos sonó en el piso bajo un magnífico piano de cola que el comisario no había podido llevarse por la oposición del general. La voz de éste se elevó sobre el sonido de las cuerdas. Era una voz de barítono algo opaca, pero que comunicaba un temblor apasionado á su romanza. El viejo se sintió conmovido; no entendía las palabras, pero las lágrimas se agolparon á sus ojos.

Allí, pocos días antes de mi partida, siguiendo con los ojos el movimiento de la onda y transportándome con el pensamiento a los mares lejanos que debía atravesar penetrado de dolor, a la idea de una separación quizás irreparable ; así una mano de Eulalia y la inundé de lágrimas.

La buena señora le puso la suya, pálida y descarnada, sobre la cabeza, diciendo con lágrimas también en los ojos: ¡Pobre hijo mío! Aguárdame un instante. Voy a decir a ese señor lo que hace al caso. Subió la señora de Belinchón la escalera de caracol que conducía al piso segundo. Arriba tropezó con el ayuda de cámara de su huésped. ¿Qué hace el señor Duque? le preguntó.

Cuando después de un rato de silencio Clara fue a darle un beso la rechazó y levantándose bruscamente se fue a dormir a otro cuarto dejándola bañada en lágrimas.

Su corazón, sus recuerdos, sus lágrimas pertenecían de derecho al primero; el segundo no debía importarle nada; cuanto pensase en él era profanar la memoria del esposo querido... Por fin, una tarde muy lluviosa de esas en que únicamente hace visitas quien desea hallar solo al que busca, se presentó Julián.

Pero todo fué en balde: a la mañana siguiente, batidas bien ambas orillas, sólo se encontró el miserable gozque, todavía teniendo en su boca alguna parte de la vestidura blanca de María. El soldado, con las lágrimas en los ojos, recogiendo en su pecho aquella prenda de dolor, iba inquiriendo de piedra en piedra por el río, y preguntando a cuantos aldeanos encontraba: ¿Has visto a María?

Lloró con los ojos cerrados. La vida volvía entre aquellas olas de lágrimas. Oyó la campana de un reloj de la casa. Era la hora de una medicina. Era aquella tarde el encargado de dársela Quintanar y no aparecía. Ana esperó. No quiso llamar y se inclinó hacia la mesilla de noche. Sobre un libro de pasta verde estaba un vaso. Lo tomó y bebió.

Tal vez las glorias del Imperio habían modificado su existencia, y en vez de ir á la cervecería frecuentaba el casino de los oficiales, mientras su familia se mantenía aparte, aislada de los civiles, por el orgullo de la casta militar; pero en el fondo era siempre el alemán bueno, de costumbres patriarcales, pronto á derramar lágrimas ante una escena de familia ó un fragmento de buena música.

Palabra del Dia

condesciende

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