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Era la misma de la tarde del desafío, cuando encontró á la inglesa con los dos ciegos; una voz hermosamente grave, en la que parecían gotear lágrimas. Toledo sólo apareció algunos instantes después, saliendo del pabellón del jardinero, para encontrarse con el príncipe, que regresaba pensativo hacia su «villa». Lubimoff habló para darle una orden con tono duro.

Y por esto tal vez, expresando el dolor de aquella marcha que para algunos no tendría la alegría del regreso, una voz amante, una voz de mujer dulce y amorosa cantó con suspiros y lágrimas: «El día que se fueron los milicianos, aquel día mis ojos no se secaron. ¡No se secaron el día que se fueron los milicianos

A compasión mueve, no aquel desdichado loco, sino Cervantes, que en él se reflejó harto de veras, con apariencias de donaire y burla; lágrimas que no sonrisas arrancara a los que tienen alma don Quijote, y en él se advierte que Cervantes arrojaba entre sus gracejos al mundo, que no le comprendía, pedazos de sus míseras entrañas.

Y sus lágrimas brotaron, y sus labios contraidos, entre dolientes gemidos, la faz de Ayela besaron; luégo sus brazos la alzaron, sobre el hombro la cargó, desatentado partió con el vértigo en la mente, y gruñendo en són doliente el fiel Radjí le siguió.

Martín había exagerado cuando le anunciaba, con lágrimas en los ojos, la aparición de un ser miserable y abatido.

Quando otra vez tuvimos presupuesto De salir y dexallas, cada uno Fiado en su caballo y brazo diestro, Ellas que el trato á ellas importuno Supieron, al momento nos robaron Los frenos, sin dexarnos solo uno. Entonces el salir nos estorbaron, Y ansi lo harán agora facilmente, Si las lagrimas muestran que mostraron.

¿Cómo era? ¡Quién lo supo mejor que Keleffy! La miró, la miró con ojos desesperados y avarientos. Era como una copa de nácar, en quien nadie hubiese aun puesto los labios. Tenía esa hermosura de la aurora, que arroba y ennoblece. Una palma de luz era. Keleffy no la hablaba, sino la veía. La niña, cuando se sentó al lado de la directora, casi rompió en lágrimas.

Porque esta señorita de que ahora hablamos, es aficionadísima á la música, y si llegan sus padres á poder estirar algo la pierna, tiene piano y maestro de canto..... Es además muy lectora ¡mucho! y de admirable criterio moral y artístico..... Todo lo bello, todo lo elevado encuentra eco en su corazón, así como todo lo patético abundantes lágrimas en sus ojos.

Este, antes de partir, visita á su joven esposa, de la cual oye la más tierna despedida. Después de retirarse, sorprende su padre á Julia llorando; pregúntale la causa de sus lágrimas, y ella finge verterlas por la muerte de Octavio. Antonio resuelve entonces enlazarla al conde París en vez del difunto Octavio, y con tal propósito le envía un mensajero.