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Actualizado: 3 de mayo de 2025
En aquella escuela de acento y de prosodia siguió el niño atando cabos, y un día, después de una larga conversación con don Joselito, en que el maldito enano tanteó todo lo que podía esperar su codicia de aquel ánimo generoso si conseguía iniciarle de una vez y guiarle más tarde por los laberintos del vicio, el niño ató el último cabo... Desde entonces varió de carácter; había visto más de lo que esperaba ver, y una gran vergüenza clara ya y distinta, y un odio feroz, implacable y reconcentrado, nacieron a la vez en su corazón, impidiéndole aquella levantar los ojos delante del último lacayo, haciéndole este afilar en silencio el puñal de su rencor, para cuando él fuera hombre, para cuando él mandara en su casa...
Cuando, á los pocos instantes, llamada por Joselito, salió Soledad del aposento, el señor Rafael, Pepe, Frasquito y hasta la misma Paca y María-Manuela cayeron sobre él, afeándole su conducta. «¡Aquello era un escándalo! ¡una vergüenza! ¿Cómo toleraba semejante insolencia? Ningún hombre que tuviese dignidad se dejaba sopapear de una mujer.
En una pared veíase extendido un pendón blanco con la temible cruz verde. En los rincones amontonábanse hierros de tortura, espantosas disciplinas, todo lo que encontraba don Joselito en los puestos de los cambalacheros que sirviese para rajar, atenacear y deshilachar, catalogándolo inmediatamente como de la antigua pertenencia del Santo Oficio.
Señá Angustias, no me toque usté las ideas y deje en paz si quiere a don Joselito, que na tié que ver en too esto. ¡Por vía e la paloma azul! Yo fui a La Rinconá porque me lo mandó mi mataor. ¿Usté sabe lo que es una cuadrilla? Pues lo mismo que el ejérsito: disiplina y servilismo. El mataor manda, y hay que obedeser.
Asustado Baltasar, cerró de golpe la gran mampara de cristales; pero, a los repetidos porrazos que en ella dieron los que de fuera entraban, cayeron rotos dos de los magníficos vidrios esmerilados que ostentaban en medio la cifra y corona de Villamelón, y aterrado entonces Baltasar, huyó escaleras arriba con el mandil remangado, atropellando a su paso al diminuto don Joselito, que pacíficamente frotaba con cáscara de limón las varillas metálicas que sujetaban la mullida alfombra en cada peldaño de la escalera.
En el comité lo han vuelto medio tonto con sermones y soflamas. El toreo es un progreso continuó el doctor, sonriendo , ¿te enteras, Sebastián? un progreso de las costumbres de nuestro país, una dulcificación de las diversiones populares a que se entregaban los españoles de otros tiempos; esos tiempos de que te habrá hablado muchas veces tu don Joselito.
Y para fortalecer su fe, un tanto quebrantada por las arremetidas de los burlones, se iba al día siguiente a ver a don Joselito, el cual parecía gozar amarga voluptuosidad, como descendiente de los grandes perseguidos, al enseñarle lo que él llamaba su museo de horrores.
Don Joselito, maestro de primeras letras, verboso y entusiasta, que presidía el comité del distrito, era un joven de origen israelita que llevaba a la lucha política el ardor de los Macabeos y estaba satisfecho de su morena fealdad picada de viruelas, porque le daba cierta semejanza con Dantón. El Nacional oíale siempre con la boca abierta.
El banderillero acogía con mansedumbre las bromas del espada y su apoderado. ¡Dudar de don Joselito!... Este absurdo no llegaba a indignarle. Era como si le tocasen a su otro ídolo, a Gallardo, diciéndole que no sabía matar un toro.
Al ruido de la campanilla acudió Kate, la doncella inglesa de la señora. ¿Quién está con el señor? preguntó a esta. El señor ministro de la Gobernación... El señor duque de Bringas y don Juan Velarde juegan en el billar. Dile a don Joselito que no recibo a nadie... Tengo mucha jaqueca. Kate pareció titubear un momento y se decidió al fin a decir tímidamente: ¿Ni tampoco a don Juan Velarde?...
Palabra del Dia
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