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Actualizado: 11 de mayo de 2025


La Dorotea, destrenzados los cabellos, desarreglado el traje, iba de acá para allá pálida, sombría, llorosa, sin acuerdo de lo que hacía, obrando maquinalmente, irritada, poseída por una pasión tremenda. No vió ni al tío Manolillo ni á Montiño.

Con mil angustias y rodeos, y sin saber él mismo lo que se decía, comenzó su triste tarea, viniendo a decirle al cabo que su hijo estaba enfermo en Madrid y muy grave. La pobre mujer saltó de la silla blanca cual un papel, extrañada y casi irritada como si fuese aquello una broma horrible que vinieran a darle. ¡Imposible! gritó . ¡Si me escribió ayer! ¡Si tengo yo aquí la carta!...

Vamos, seguid, y no os hagáis de rogar, don Francisco dijo una voz irritada y breve, á pesar de lo cual Quevedo conoció por aquella voz á la Dorotea. ¡Ah, reina mía! ¿y á dónde bueno por aquí? No lo . ¿Que no lo sabéis? No. Llevo la cabeza hecha un horno. Más bien creo la lleváis hecha una olla de grillos. He tenido que dejar la litera; me mareaba dentro, me moría. ¿Pero qué os ha sucedido?

Al ver el aspecto de aniquilamiento y de desesperación de la joven, una chispa de alegría involuntaria pasó por los ojos del bufón. Ese miserable no te comprende dijo. Os engañáis, Manuel; le enamoro, haría de él cuanto quisiera, menos que me amara como yo quiero ser amada. Estoy irritada: la cólera y la desesperación me matan. Quiero vengarme, y empiezo. ¡Pedro! ¡al alcázar!

Lo necesito, lo arriesgo todo si paso algunas horas sin correr al auxilio de don Juan. Pues bien, primero soy yo que nadie; no saldrás. Te aborreceré. Aunque me aborrezcas; ¿qué me importa, si insistiendo en huir de aquí me pruebas que no me amas? para el hombre que ama, lo primero es la mujer de su amor. Y doña Catalina se levantó irritada de sobre las rodillas de Quevedo.

Poco después de entrar en el locutorio, Montiño sintió abrirse una puerta y los pasos de una mujer. No traía luz. Luego oyó la voz de la madre Misericordia. El triste del cocinero mayor se estremeció. ¿Quién sois, y qué me queréis de parte del Santo Oficio? había dicho la abadesa con la voz mal segura, entre irritada y cobarde.

Adiós, don Francisco; estaba irritada contra vos y dolorida en el alma, y me separo contenta de vos y consolada. Adiós. Dorotea se separó de Quevedo y se alejó á buen paso. Llovía, y más de un transeunte se detuvo á mirar con asombro á aquella dama que parecía tan principal, y que en tal día andaba sin litera, pisando lodos.

Venga usté, venga usté, que aquí estamos, le decía Amparo con voz vibrante, bella en su indignación como irritada leona, asiendo con la diestra una botella; mientras Ana, pálida de ira, se apoderaba de la cazuela en que había venido el guisado, y las restantes amazonas buscaban armamento análogo.

En la calma de la capilla apenas iluminada por el resplandor rojizo que entraba por los vidrios, me sentía irritada y nerviosa. Quería rezar y no podía... En vez de formular actos de contrición no hacía más que repetir: Estúpidas, perversas, ridículas... ¡Estas solteronas!...

Daría gracias a Dios si pudiera sufrir en vuestro lugar, pero... En ese momento se abrió violentamente una de las ventanas del castillo, y una voz irritada llamó al aya por su nombre. Es la condesa exclamó Marta asustada , he dejado pasar la hora... Tenemos que entrar en casa... Alejaos, Catalina. ¡Ay! ¡cómo voy a ser regañada e insultada!

Palabra del Dia

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