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Actualizado: 28 de junio de 2025
Y tu madre es peor que tú. La última frase la decía Antoñuelo para desafiar también la cólera de Juana, que entraba en la sala de vuelta de la cocina. ¡Ay niña, niña! dijo Juana . ¡Qué paciencia la tuya! ¿Por qué aguantas los insultos de este animal de bellota, las coces de este mulo resabiado?
Los habitantes de las pobres viviendas que guarnecen por aquellos sitios la carretera, se asomaban a las puertas y ventanas, reflejando en sus rostros más curiosidad que tristeza, y las comadres del barrio se decían de ventana a ventana algunas frases de compasión para el reo, y no pocos insultos para los que íbamos a verle morir.
El «nazareno» callaba y sufría, devorando los insultos y ofreciéndolos como un sacrificio al Señor del Gran Poder.
Me parece que la Revolución le hizo a usted Ilustrísimo señor.... ¡Hizo un cuerno! Me hicieron mis méritos, mis trabajos, mis... ¡seor ciruelo! Déjese usted de insultos y explique por qué he de ser yo enemigo personal del Provisor. ¿Reparto yo dinero por las aldeas al treinta por ciento?
Yo soy el descalabrado y tú te apresuras a ponerte la venda. ¿Qué estás diciendo ahí? replicó ella algo confusa . Me voy porque tengo que hacer una visita antes de comer. Vamos, Clementina, aunque quieras no puedes disimular.... Debes comprender que no se pueden escuchar con risa los insultos ... y tú me estás insultando a cada momento. Te digo que no te comprendo.
La persona a quien se encomienda, si es cierto lo que usted me dice, me parece dignísima y me lleva, entre otras muchas ventajas, la de la antigüedad. Pero sobre todo, aunque en efecto se cometiera conmigo una injusticia, ¿a qué viene esa alteración? ¿A qué vienen esos insultos a personas respetables por cuya cabeza no habrá pasado la idea de hacerme daño alguno?
Y bastaba que diese un paso atrás, para que el populacho saludase esta precaución con insultos soeces. La noticia de lo ocurrido en Sevilla en la corrida de Pascua parecía haber circulado por toda España. Los enemigos se vengaban de largos años de envidia.
Con la magnanimidad de un caballero andante protector de la viuda y el huérfano, tomaba bajo el amparo de su brazo a esta mujer llorosa y sus pequeños aulladores. ¿Qué queréis ustedes? ¿Ver ar enfermo?... Pues lo veréis, aunque tenga que echarle las tripas ajuera a ese rubio fachendoso que está en la puerta. Prorrumpía en insultos y amenazas contra el marinero, que no podía entenderle.
Y doña Manuela lloraba, efectivamente, sin saber con certeza si sus lágrimas las arrancaba el estado de su hijo, los insultos de su hermano o aquella última noticia de la desaparición de Cuadros. El viejo continuaba hablando junto al lecho del enfermo, excitado por la indignación, con voz sorda unas veces y gritando otras, de modo que cubría aquel estertor angustioso. Te lo vuelvo a repetir.
El P. Gil, que escuchaba petrificado tal sarta de impiedades, sintió un estremecimiento de horror al oír aquella interpretación monstruosa del sentimiento de la caridad. A este estremecimiento sucedió una viva irritación. Necesitó un gran esfuerzo de voluntad para no romper en insultos contra el blasfemo.
Palabra del Dia
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