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Actualizado: 28 de junio de 2025


Aquel cascaciruelas delató al Arcipreste; era su estilo humorístico: lo conocieron todos. En Vetusta los insultos y murmuraciones en letras de molde llamaban mucho la atención.

Desde entonces, los sospechosos de judaísmo, los que no contaban con un protector clérigo, tuvieron que ir todos los domingos a misa a la catedral con sus familias, bajo el mando y custodia de un alguacil, que los formaba en rebaño, les ponía un manto para que nadie los confundiese, y así los llevaba al templo, entre las rechiflas, insultos y pedradas del devoto populacho.

Febrer, ante este insulto, tembló, guardándose el revólver en la faja. ¡Su madre, su pobre madre, pálida, enferma, dulce como una santa, resucitando con el más infamante de los insultos en la boca de aquel presidiario!... Anduvo instintivamente hacia la puerta, tropezando a los pocos pasos con la mesa y las sillas amontonadas.

Febrer quiso mirar el reloj, pero sus manos no obedecían a su voluntad. Ya no brillaba en la sombra la punta rojiza del cigarro. Su cabeza había acabado por caer sobre la almohada; sus ojos se cerraron: oyó gritos de reto, tiros, maldiciones, pero esto fue en un estado anormal, como si viviese en otro mundo, donde los insultos y los ataques no despertaban su sensibilidad.

Por la vida que a usted debe, por el tierno amor que le profeso, por el interés que me tomo en su dicha y en el bienestar de su reino, deseche vanos temores y arrostre los peligros que nosotros desafiamos. ¿Qué importa su nacimiento? ¿Qué importa su estado? Desprecie, en obsequio nuestro, las exclamaciones e insultos de la Corte, y sea nuestro ministro, como es nuestro amigo.

Pero Choto dio unas cuarenta vueltas en torno de él, soltando de su espumante boca, unos al modo de insultos que después parecían voces cariñosas y después amenazas. Teodoro se detuvo entonces prestando atención al cuadrúpedo. Viendo Choto que se había hecho entender un poco, echó a correr en dirección contraria a la que llevaba Golfin. Este le siguió murmurando: Pues vamos allá.

Así quería Pepillo que fuesen con él las personas y criados que le trataban y servían; así quería que fuese Gabriela, la cual no cesaba de corregir en el niño cuanto en él observaba contrario a una buena educación. Pero el pobre niño no sufría las reprensiones de su hermana, se revelaba contra ella y la colmaba de insultos. La joven apelaba a sus padres pero éstos rara vez la escuchaban.

La vieja compañera había muerto de miseria y él vagaba por las minas, durmiendo á la intemperie, comiendo lo que le daban los peones y pagando esta limosna con insultos. Cuando estallaba un barreno cerca de él, miraba con ojos feroces á los obreros. ¡Bestias! les gritaba como si cometiesen un crimen. ¡Tenéis la dinamita en vuestras manos y la empleáis en eso!...

Tropezando de ira, nos dirigió frases de mal gusto, verdaderos insultos, que nosotros acogíamos con ¡bravos! y palmadas. Sin embargo, las señoras se pusieron de su parte, y no hubo más remedio que dar la vuelta. La barca siguió de nuevo el argentado sendero del río, que fulguraba como el éter. Todo dormía, lo mismo la sombra que la luz, con un sueño profundo y sosegado.

La superiora, entonces, le había mandado lamerla delante de la comunidad y de las otras niñas. Lo hizo por no dar mal ejemplo; pero en seguida se levantó y se fue a encerrar en su celda. La hermana Desirée la siguió y quiso traerla de nuevo a la mesa, a viva fuerza. Comenzó a reprenderla ásperamete, diciéndole mil insultos, y hasta trató de golpearla.

Palabra del Dia

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