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Actualizado: 7 de junio de 2025
A decir verdad, esto era precisamente lo que yo esperaba que sucedería. En mi opinión, ni al Rey, ni a Miguel ni a mí nos quedaba más que un día de vida. Me resignaba a morir, sobre todo si conmigo moría también Miguel el Negro y si por mi propia mano libraba a Ruritania de Ruperto Henzar, ya que no pudiese salvar la vida del Rey.
Tres arrogantes mocetones, soberbiamente montados y equipados, el último de los cuales, Henzar, que no contaría más de veintidós o veintitrés años, me dirigió un bien pensado discurso, manifestándome que mi cariñoso hermano se veía privado del placer de ofrecerme sus respetos en persona y aun de poner su residencia a mi disposición, porque así él como varios de sus servidores estaban atacados de escarlatina.
Seguí silencioso a su lado hasta que, cerca ya de Tarlein y habiendo anochecido, dejó Sarto que nos adelantásemos un tanto, quedándose él atrás para impedir todo súbito ataque de nuestros enemigos. Entonces Flavia me dijo con su voz dulcísima: Sonríete, Rodolfo, si no quieres verme llorar. ¿Estás enojado? ¡Oh, no! La culpa la tiene ese malvado Henzar.
Más le valdría pensar en la suya propia que no anda lejos dijo Sarto bruscamente. Por mi parte me sentía descontento e irritado al pensar que en realidad yo no tenía más derecho al amor de la Princesa que el insolente Henzar.
En aquel mismo instante oí pasos precipitados y la voz de Sarto que decía: «¡Dios eterno, es el Duque! ¡Muerto!» Comprendí entonces que el Rey no me necesitaba ya, y arrojando al suelo mi revólver corrí hacia el puente. Oí gritos de sorpresa: «¡El Rey, el Rey!» pero imitando a Ruperto Henzar salté al foso, espada en mano, resuelto a terminar de una vez mi contienda con él.
No sólo están allí los tres belitres citados, sino que el puente levadizo permanece alzado día y noche y a nadie se permite entrar sin permiso especial del joven Henzar o del mismo Miguel. Acabaremos por tener que atar a Tarlein de pies y manos. Yo seré quien vaya a Zenda dije. ¿Está usted loco? Repito que iré, algún día. Puede ser, y lo más probable es que se quede usted allí.
Sarto se descubrió a su vez y Flavia dijo, posando su mano sobre mi brazo: Es uno de los caballeros muertos en la última reyerta, ¿verdad? Vé a preguntar de quién es el cadáver que escoltan dije a uno de mis lacayos. Acercóse a los sirvientes que iban delante del féretro, quienes lo dirigieron al enlutado caballero. Es Ruperto Henzar murmuró Sarto.
Hasta entonces me había inclinado a creer que el Duque gustaba de dejar a sus amigos los peligros de la empresa; pero desde aquel momento comprendí que se reservaba la dirección de la misma y que no le faltaban ni audacia ni astucia. ¿Conoce el Rey esos detalles? pregunté. Mi hermano y yo contestó Juan, colocamos el tubo, dirigidos por el señor de Henzar, pues estaba de guardia aquel día.
¡Obscura está la maldita noche! exclamó una voz penetrante. Era Ruperto Henzar, que un momento después se halló frente a mis compañeros. Inmediatamente sonaron varios tiros y me adelanté seguido de Sarto y Tarlein. ¡Mata, mata! aullaba Ruperto, y un gemido me anunció que el bribón daba el ejemplo a su gente. ¡Estoy perdido, Ruperto! exclamó al caer uno de los que le seguían.
Así lo aseguró, con sardónica sonrisa, Henzar, su embajador, apuesto mozo, tan bribón como bien parecido, de quien se decía que andaban enamoradas muchas y muy principales damas. Vamos, que mi hermano Miguel con escarlatina debe de estar más parecido a mí que de ordinario, a lo menos por el color dije. ¿Sufre mucho? No tanto que no pueda atender a sus asuntos, señor.
Palabra del Dia
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