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Actualizado: 7 de julio de 2025
Valiente como es el Rey y como lo son todos los Elsberg, palideció al mirar el siniestro tubo y oír al villano que así se mofaba de él. ¡Ah, señores! acabó diciendo Juan, en el castillo de Zenda le cortan la cabeza a un hombre con tanta frescura como juegan una partida de cartas; y precisamente ese Henzar es el más cruel de todos... y el más temible también cuando hay mujeres cerca.
También me inquietaba más que nunca la suerte del Rey y me dolía verme burlado una vez más por Ruperto Henzar, que además de escaparse me había llamado cómico. Ruritania no es Inglaterra, pues de lo contrario, la lucha empeñada entre el duque Miguel y yo, con todos los notables incidentes que la caracterizaban, no hubiera podido proseguir sin llamar vivamente la atención pública.
Tuve que detenerme para respirar y un momento después Henzar torció rápidamente a la derecha y desapareció. Creí que todo había terminado y me dejé caer abatido sobre la hierba. Pero eché a correr de nuevo en seguida, porque oí salir del bosque el grito de una mujer.
Entonces Henzar se divirtió a su modo. Tomó de manos de su amigo una botella que éste llevaba, la aplicó a sus labios y arrojándola furioso al agua exclamó: ¡Apenas una gota! A juzgar por el sonido y por los círculos trazados en el agua, la botella cayó muy cerca del tubo que me ocultaba a menos de una vara. Y Ruperto, sacando el revólver, la convirtió en blanco de sus disparos.
Desapareció la silueta de Henzar y oí la puerta que se cerraba tras él. Antonieta y Miguel quedaron solos y noté con pesar que el último cerraba la ventana. Todavía los vi hablar unos momentos, Antonieta movió la cabeza negativamente y el Duque se apartó de ella con ademán impaciente. Perdí de vista a la dama, volví a oír la puerta que le daba paso y el Duque cerró las persianas.
Letra de mujer si no me engaño. Pero ante todo tengo que darle una noticia. ¿Qué es ello? El Rey está en el castillo de Zenda. ¿Cómo lo sabe usted? Porque allí está la otra mitad de la cuadrilla de Miguel, de los Seis. Lo tengo bien averiguado: Laugrán, Crastein, el mozo Ruperto Henzar, tres bribones, a fe mía, como no hay otros en toda Ruritania. ¿Y bien?
Evidentemente no era yo el único que conspiraba aquella noche en el castillo. La situación en que me hallaba no era por cierto muy favorable para entrar en hondas meditaciones. Sin embargo, no dejé de reconocer y decirme que el nuevo proyecto de Henzar, por infame que fuese, significaba una ventaja para mí; la de situarlo al lado opuesto del foso, separado por lo tanto del Rey.
Se abrieron de golpe las persianas, lo que me permitió ver a Ruperto Henzar que, de espaldas a la ventana y tendiéndose a fondo, exclamó: ¡Para ti, Juan! ¡Y ahora te toca el turno, Miguel! ¡Acércate! Es decir, que Juan estaba allí, que había acudido probablemente en auxilio del Duque. Y en tal caso, ¿cómo había de abrir a tiempo la puerta del castillo?
Espero que no se contarán entre los otros enfermos mis tres buenos amigos De Gautet, Bersonín y Dechard continué. Del último he oído decir que está herido. Laugrán y Crastein hicieron una feísima mueca, pero el joven Henzar se sonrió al decir: Dechard espera hallar muy pronto bálsamo eficaz para su herida.
Había desaparecido el tubo apodado «Escala de Jacob» por Ruperto Henzar, y en la obscuridad brillaban las luces de una habitación situada al otro lado del foso. Reinaba profundo silencio, en contraste con el fragor de la reciente lucha. Yo había pasado el día en el bosque, con Federico, después de separarme de la Princesa, a quien dejamos en compañía de Sarto.
Palabra del Dia
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