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Actualizado: 7 de septiembre de 2025


Le quedan dos o tres molestias pasajeras de las que espera librarse muy pronto. Sírvase usted expresarle dijo Flavia, mi vivo deseo de que esas molestias desaparezcan en breve. El deseo de Vuestra Alteza es también el muy humilde mío replicó Roberto Henzar, mirándola con insistencia y expresión tales, que el rubor coloreó el rostro de la joven.

Esas visitas duran una semana, que Federico y yo pasamos siempre juntos y durante las cuales me refiere todo lo que ocurre en Estrelsau; por las noches, mientras paseamos fumando, hablamos de Sarto, del Rey y con frecuencia de Ruperto Henzar; y ya tarde, a lo último, hablamos también de Flavia.

¿Cómo vigilan ahora al Rey? pregunté, recordando que dos de los Seis habían muerto y que igual suerte había cabido a Máximo Holf. Dechard y Bersonín están de guardia por la noche y Ruperto Henzar y De Gautet, de día contestó Juan. ¿No más que dos a la vez?

Estaba atemorizado, pero también nosotros abrigábamos nuestros recelos después de la tentativa de Ruperto Henzar, y Sarto cuidó de tenerlo muy al alcance de su revólver mientras duró la entrevista. Al entrar tenía atadas las manos, pero inmediatamente hice que lo desataran.

Aquel castigo aumentó el odio de Juan hacia Henzar y el Duque, y me respondió de su auxilio y lealtad más que cuanto hubieran podido hacerlo todas mis ofertas y promesas. Poco diré de la llegada de Flavia. Es aquél un recuerdo que no puedo renovar sin dolor.

Le había herido en lo vivo, porque todo el mundo sabía que Henzar había instalado a una querida en su propia casa, y destrozado el corazón de su madre, muerta de pesar. Toda su arrogancia desapareció por el momento. El Duque le ofrece a usted más de lo que yo le ofrecería murmuró.

¡Calla! ¡es el cómico! exclamó, y de un poderoso tajo cortó mi maza en dos. Aquel Ruperto Henzar era un verdadero demonio. Le vi lanzarse a escape y arrojarse al agua con su caballo, entre una granizada de balas. La profunda obscuridad que reinaba le salvó la vida. Ganó la orilla opuesta del foso y desapareció. ¡El diablo le lleve! exclamó Sarto.

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