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Actualizado: 23 de junio de 2025


Como ramilletes de fuego saltaban las aves, é intentaban volar ardiendo vivas. Se desplomó un trozo del muro hecho de barro y estacas, y por la negra brecha salió como una centella un monstruo espantable. Arrojaba humo por las narices, agitando su melena de chispas, batiendo desesperadamente su rabo como una escoba de fuego, que esparcía hedor de pelos quemados. Era el rocín.

10 Envié entre vosotros mortandad en el camino a Egipto; maté a cuchillo [a] vuestros jóvenes, quité vuestros caballos; e hice subir el hedor de vuestros reales hasta vuestras narices; y nunca os tornasteis a , dijo el SE

Al fin, por consejo de un peregrino que por allí acertó a pasar, dispuso hacer una novena al Sagrado Corazón de Jesús. Al quinto día de rezarla devotamente, hallándose por la noche en su lecho, oyó un gran estrépito y vio escaparse de su habitación un demonio aullando horriblemente y dejando tras un hedor intolerable.

Al entrar en las piezas ocupadas por el populacho doloroso, se transfiguraban, animando con su regocijo el ambiente cargado de lamentos, de perfume de drogas y hedor de carnes rotas. El recuerdo de madres y novias adquiría mayor relieve al ser evocado por sus labios.

Si conserváramos nuestros nervios, nos hubiera horrorizado este crac-crac, tan siniestro como el croar de los sapos en el pantano de un castillo en ruinas... También las órbitas donde tuvimos las narices aspiraron el nauseabundo hedor de nuestras podredumbres...

Por fuera, el dulce sol de septiembre, un aroma de hojas maduras, que una ligera brisa trae del bosque, y el puro incienso que exhalan los campos hacia un cielo azul pálido... Dentro, un aliento pestilente de fiebre, un hedor de roña inveterada, exhalaciones rancias, y, en una cama indescriptible, entre trapos sucios que apenas lo cubren, un esqueleto lívido, de arrecido sudor y en el que sólo brillan dos ojos ardientes, feroces, atrevidos, desesperados, dos ojos en cuyo fondo se leen todos los terrores de la muerte y todas las ambiciones de la vida.

Podían matar á un hombre con su contacto, sin dejar en el ambiente más que un leve hedor de chamusquina, un poco de vapor: después, nada.... Y los conos diabólicos atraían con su luz y su blancura, confundiendo las distancias, como si gozasen de movimiento y vida y se metieran ellos mismos carne adentro, evaporándola. Aresti pasó al taller de laminar: iba atolondrado por el ruido y el calor.

Vió el pueblo bajo un dosel obscuro moteado de chispas y brillantes pavesas. El campanario ardía como un blandón enorme; la techumbre de la iglesia estallaba, dejando escapar chorros de llamas. Un hedor de quema se esparcía en el ambiente. El fulgor del incendio parecía contraerse y empalidecer ante la luz impasible del sol.

No tenía heridas visibles, pero debajo del capote tendido sobre su vientre, las entrañas, deshechas en espantosa carnicería, exhalaban un hedor de cementerio. La presencia de Desnoyers le hizo adivinar adonde le habían llevado, y poco á poco coordinó sus recuerdos.

Llenose el aire de deseos torpes, de citas culpables, de hedor de riqueza mal ganada, de gemidos de tristes faltos de consuelo, de llanto de pobres olvidados. Viento de pavor heló los corazones. Allí fue el rechinar de dientes y el crujir de huesos de que habla la Escritura.

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