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Actualizado: 29 de julio de 2025
Y ya que tanto hablas, ¡tiña!, ¿es justo, que tú, cargao de hijos, con una mujer como la que tienes, que te consume hasta la sangre, no recibas uno ó dos ó medio en estos días de temporal? ¿No eres tú tan necesitao como el que más? Yo estoy bueno y puedo trabajar.... ¿Á qué? ¿Has de ir á jalar de las pipas del Muelle?
28 Porque toda la casa de mi padre era digna de muerte delante de mi señor el rey, y tú pusiste a tu siervo entre los convidados de tu mesa. ¿Qué derecho pues tengo aún para quejarme más contra el rey? 29 Y el rey le dijo: ¿Para qué hablas más palabras? Yo he determinado que tú y Siba partáis las tierras.
Di mejor tus caprichos... porque tienes ojeriza a ese pobre Enrique... a quien no puedes tragar. ¡Yo! ¡Tú! como lo oyes. Apenas le hablas... apenas le haces caso. Te aseguro que necesita valor para pisar mi casa, después del recibimiento que le haces cuando entra en ella. Me acusas sin motivo; el sobrino de mi esposo tendrá siempre derecho a mis deferencias.
Tú estás tonto y hablas más de la cuenta. Yo sólo te diré que no te desesperes. Ta enfermedad puede curarse todavía. Con cuatro tiros.... ¡Rábanos! no sufrirá que sea por la espalda. No serán por ninguna parte. Estás enfermo y exaltado. Yo te juro que se harán esfuerzos grandes por salvarte. ¿Y quién me salvará, tú? ¿tú? dijo Garrote con desprecio. Podrá ser. No he venido a otra cosa.
CELIO. Es un ángel. D. TELL. Bien se ve, Celio, que hablas Con pasión. CELIO. Alguna tuve. Mas cierto que no me engaña. D. TELL. Hay algunas labradoras Que, sin afeites ni galas, Suelen llevarse los ojos, Y a vuelta dellos el alma; Pero son tan desdeñosas, Que sus melindres me cansan. FELIC. Antes, las que se defienden Suelen ser más estimadas. Vanse, y sale NU
Si hablas, dejo la casa, me marcho, huyo... Bueno, está bien, no diré nada. Adiós, Juan. Dentro de algunas horas estaré lejos; abracémonos, pues pasará mucho tiempo antes que nos veamos. Te deseo un feliz viaje, mi querido Jaime. Se unieron en estrecho abrazo.
Y á propósito, ya que de la muerte de Nuestro Señor nos hablas, juro que no puedo pensar en ello sin desear que aquel bribón de Judas Iscariote, que por la cuenta debió de ser francés, hubiese venido por estas tierras, para tener el gusto de pegarle cien flechazos, desde los pies hasta la coronilla. Y no fueron menos canallas los que crucificaron á Jesús.
Diciendo esto, cogía de la papelera un pliego timbrado y se lo ponía delante, apartando con su propia mano la carta que estaba a medio escribir. ¡Dios tenga compasión de mí! Y el diablo cargue con estas santas cursis, con estas fundadoras de establecimientos que no sirven para nada. Escribe, tontito. Si todo eso que hablas es bulla. ¡Si eres lo más bueno... y lo más cristiano...!
»Yo creo que los hombres no la oyen, Pepita; pero las oigo yo. Y cada vez que por la mañana o por la noche ellas ríen o lloran, vienen a mi espíritu recuerdos de otros días, un poco más felices que estos en que me veo tan solo. »Adiós. Esa sorpresa de que me hablas, ¿qué es? Claro está que si me lo dijeras, ya no sería sorpresa. No me lo digas. Y ya te contaré yo la impresión que me produzca.
»Cuando hablaba en el Tribunal Supremo y en el Consejo de Estado, a las primeras palabras quedaban como en suspenso los magistrados, y don Carlos Bonet, fiscal del Supremo, me decía: «¿Qué demonios tienes, que esta gente, que ya está empachada de informes, cuando tú hablas parecen unos memos oyéndote?»
Palabra del Dia
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