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Actualizado: 29 de julio de 2025
No he leído los libros y papeles que usted lee, y como no le hable de los guisos que mi madre hace o de mis bordados y costuras, no sé de qué hablar a su merced. Hablame de lo que hablas a Antoñuelo cuando estás con él de palique. Yo no sé lo que es palique, ni sé si estoy o no estoy a veces de palique con Antoñuelo. Lo que sé es que yo no puedo decir a su merced las cosas que a él le digo.
Manda, ordena, dispón, decide lo que quieras; paso por todo, ¡pero mía, mía para siempre! ¿Y qué sabes tú lo que es siempre? ¿Cuánto tardarías en cansarte otra vez de mí? Y, sobre todo, no reparas en lo que hablas... y me estás ofendiendo. Óyelo bien; jamás engañaré a Martínez, lo juro. Lo hecho, hecho está. Y al decir esto, sonrió ligeramente, como burlándose de sus propias palabras.
El marqués hizo un gesto como si se esforzase por comprender el sentido de tales palabras. Ignoro lo que quieres decir dijo con voz sombría ; pero piensa que hablas de mi mujer. No olvides que lleva mi nombre. ¡Y yo la amo tanto!... Después quedaron los dos en silencio. Según transcurrían los minutos parecía agrandarse la separación entre ambos.
El Cojuelo dijo: Quiero tomar tu consejo, porque, pues los demonios enloquecen, no hay que fiar de sí nadie. Desde vuestra primera soberbia dijo don Cleofás todos lo estáis; que el infierno es casa de todos los locos más furiosos del mundo. Aprovechado estás dijo el Cojuelo , pues hablas en lenguaje ajustado.
-Ya yo lo veo -respondió Sancho-; y así, en mí la gana de hablar siempre es primero movimiento, y no puedo dejar de decir, por una vez siquiera, lo que me viene a la lengua. -Con todo eso -dijo don Quijote-, mira, Sancho, lo que hablas, porque tantas veces va el cantarillo a la fuente..., y no te digo más.
Y mira, Sancho, cómo hablas, y ten cuenta de no encajar algún refrán de los tuyos en tu embajada. ¡Hallado os le habéis el encajador! -respondió Sancho-. ¡A mí con eso! ¡Sí, que no es ésta la vez primera que he llevado embajadas a altas y crecidas señoras en esta vida! -Si no fue la que llevaste a la señora Dulcinea -replicó don Quijote-, yo no sé que hayas llevado otra, a lo menos en mi poder.
»No obstante, tu Magdalena ha crecido, su espíritu se ilustra, su imaginación se ensancha y te entiende cuando le hablas de los poetas, de los campos, de Dios Todopoderoso. Empieza a quererle de otro modo que por el solo instinto, y empieza a oírse a su paso un lisonjero rumor de alabanzas que su hermosura y gentileza arrancan a quien le ve.
Después de veinte años de cuidados, de afección, de protección; cuando te he tratado como á una hija, ¿me hablas con semejante ingratitud, por un advenedizo á quién no conocías hace seis semanas? ¿Contra todo respeto, juzgas mis actos y contra todo agradecimiento te unes con mis enemigos? ¿Es esto lo que yo debía esperar de ti? ¡Eres un monstruo!
-Muy filósofo estás, Sancho -respondió don Quijote-, muy a lo discreto hablas: no sé quién te lo enseña. Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura.
Bueno, bueno; yo me entiendo. Doña Paula se puso en pie y arrojó la punta del pitillo apurada y sucia. Prosiguió: No quiero más cartitas; no quiero conferencias en la catedral; que vaya al sermón la señora Regenta si quiere buenos consejos; allí hablas para todos los cristianos; que vaya a oírte al sermón y que me deje en paz. ¿Con que Glocester?... Sí, y don Custodio.
Palabra del Dia
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