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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Tenía los ojos hundidos y circundados de una aureola cenicienta; parecía que le habían chupado las brujas los pocos jugos de la cara, sobre la que caían, por debajo del pañuelo atado a la cabeza, encrespados mechones de cabellos grises; le temblaban los resecos labios, y salía de su garganta la voz enronquecida y como rechinando.

Acostumbrado al horizonte violento de los trópicos, a esos cielos nublados y brillantes de las zonas en donde reinan los vientos alisios, estas nubes grises y suaves me acarician. La lluvia me parece caer sobre mi alma, como en una tierra seca, refrescándola y dándole alegría. Muchas veces me paso el tiempo en el balcón viendo cómo la carretera se llena de charcos y se ennegrecen las casas.

Un canal medio arruinado vierte dulcemente el agua, que cae gota a gota con un ruido cuya monotonía adormece, sobre los rayos de la rueda, que salta hecha polvo y que llena el aire de vapor húmedo. Oculto bajo una capa de leños grises, el arroyo esparce un olor de agua corrompida.

Las mujeres y los niños no salen de los blocaos; los paisanos permanecen con nosotros en las murallas; son gente animosa y hay entre ellos algunos veteranos de las campañas del Sambre y Mosa, de Italia y de Egipto, que no han olvidado el manejo de las piezas. Me estremece verlos, con sus grandes bigotes grises, pegados a los cañones, para apuntar bien.

Otros soldados, los de caballería ulanos, cosacos, húsares, con uniformes verdes, grises, azules, galoneados de rojo y amarillo; con morriones de hule y piel de carnero, quepis y gorros desmesurados , ensillaban los caballos y liaban los capotes apresuradamente.

Era el primero que se daba en Villa-Sirena después de dos años. La víspera había llegado de París el dueño de la casa, el príncipe Miguel Fedor Lubimoff, que ocupaba ahora la cabecera de la mesa. Era un hombre todavía joven, con el cuidado vigor que proporciona una vida de ejercicios físicos: alto, membrudo y esbelto, la tez morena, grandes ojos grises y el rostro largo, completamente afeitado.

Un sencillo detalle antes de reanudar tu relación... ¿Cómo era esa Juana Baud? ¿Alta ó baja, rubia ó morena, de ojos azules ú oscuros? Haznos su retrato en lo posible. Cuando la conocí por primera vez en casa de Lea, era una encantadora muchacha de veinticinco años, de alta estatura, piel muy blanca, hombros, admirables, pelo negro y ojos grises.

Llevaba un primoroso traje negro con lunares blancos, el cuerpo del vestido cortado con tal arte que, sin formar la más leve arruga, dibujaba un busto de hermosas líneas; iba coquetamente calzada y sobre sus guantes grises, muy altos, brillaban tres o cuatro aros de plata y de oro. El sombrero era de ala ancha y estaba guarnecido con una pluma grande y rizada.

Era interesante el contraste de los objetos que componian el cuadro. El Aar estaba muy crecido y, saliendo de madre, habia inundado con sus ondas grises muchas porciones del valle, arrastrando chozas y cercas destrozadas, montones de piezas de madera, árboles enteros y algunos animales.

Bien sabe Dios que hice voto solemne en mis adentros de no echar allí pie a tierra, como no me desmontaran a tiros. Era el cuñado de Neluco un hombre bastante gordo y no muy alto, moreno y atezado de rostro, con anchas patillas grises, pelo recio y poca frente. No hablaba tanto como su mujer, pero no era menos afectuoso y hospitalario que ella.

Palabra del Dia

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