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Actualizado: 15 de junio de 2025
Las poderosas zarpas acabaron por amontonar con sólo un movimiento todos los papeles, dando la tarea por terminada, y los ojos grises del grande hombre indicaron al secretario con fría mirada que podía retirarse á la habitación inmediata donde tenía su despacho: una pieza con grandes estantes cargados de carpetas verdes y algunos ejemplares raros de mineral bajo campanas de vidrio.
Sus compañeros de juego eran también excelencias, directores de departamento, y experimentaron al oírle un poco de envidia; cada uno de ellos tenía también a sus órdenes un ejército de empleados; pero eran todos hombres grises, opacos, sin ninguna originalidad, vulgares. Y yo, pásmense ustedes dijo una de las excelencias , tengo un empleado con un lado de la barba negro y el otro rojo.
El panorama parece casi todo un océano de arrecifes, negros, pardos, grises, y a veces rojizos, como si antiquísimas conmociones volcánicas los hubiesen desparramado entre abismos.
Desnoyers vió hombres, muchos hombres, hombres por todas partes. Eran á modo de hormigueros grises que desfilaban y desfilaban hacia el Sur, saliendo de los bosques, llenando los caminos, atravesando los campos.
Lacante fijó en mí sus ojillos grises y penetrantes y yo bajé la cabeza. Después siguió diciendo: Sí, ¿verdad? Más de uno lo juzga así, y cuando yo declare mis intenciones ya sé quiénes se pondrán en la fila... Pero solamente Elena decidirá. Al estrecharme la mano, me dijo: Esta niña merece ser dichosa. Lo será respondí maquinalmente.
Por aquel lado las casas están contiguas al camino en línea casi continua, y las queseras se esparcen como rocas grises en los altos pastos. Sobre la vertiente fría que está enfrente sólo se ve alguna casuca albergada en los pliegues de un barranco.
El viejo duque y el unigénito, adolescente de veintiún años, pasaban los inviernos en Madrid, ciudad que ella aborrecía, sobre todo por el sol. Le gustaban los cielos grises y la luz cernida.
Advirtió, mientras preparaba las legumbres, que la cocinera tenía unos ojillos grises muy bonitos, y unos mofletes rojos muy hermosos. Un suspiro, capaz de echar a rodar las mesas, fue la primera manifestación de su mal. Quiso explicarse, pero ahogó la emoción en su garganta las palabras.
Proyectaba aún para el verano largos paseos con Carolina a través de los frondosos bosques, cuyas grises y secas filas podían verse desde la casita. Quiso escribir una poesía a ellos dedicada; uno de los miembros de esta improvisada familia conserva de ella un cantar alegre, puro y sencillo; como un eco del pitirrojo que la llamaba desde la ventana al nacer el alba.
Conmovedoras y humildosas vidas grises a las que una fiera sátira sin corazón ha llamado cursis, y que, al invocar a Rodolfo los violines, ellas también le invocan con toda la ternura de su alma, y la figura del galán tiene en su fantasía todos los áureos prestigios de un príncipe milagroso de leyenda.
Palabra del Dia
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