Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 13 de junio de 2025
Hay el honor del soldado, el honor del tendero y el honor del noble que no me permite ser el abuelo del pequeño Gómez. ¡Ah! ¡el señor de Villanera pretende legitimar a sus bastardos! Eso es Luis XIV puro, pero nosotros no estamos aliados a la familia Saint-Simon. ¡Cincuenta mil francos de renta!
Les he amado tiernamente desde el primer día. ¡Y cómo se le parecen los dos, amigo mío! Cuando el pequeño Gómez viene a jugar al jardín me parece que veo su sonrisa de usted en su carita. Estoy muy contenta de haberlo adoptado. Esa mujer no me lo robará jamás, ¿no es verdad? La ley me lo ha dado para siempre; es mi heredero, ¡mi único hijo! No, Germana respondió el conde , es tu hijo mayor.
Mi permanencia en el delicado servicio que tenía a su cargo el sargento Gómez, fue la mejor escuela de la vida a cuyas aulas yo pudiera concurrir, y en ella aprendí a conocer este Buenos Aires bello y monstruoso, esta reunión informe de vicios y de virtudes, de grandezas y de miserias.
Era una niña de dos años, parecida a su madre, y más hermosa por lo tanto que su hermano mayor, el difunto marqués. El doctor Le Bris era aún el médico y el mejor amigo de la casa. El viejo duque y el pequeño Gómez habían muerto en sus brazos, el uno en Corfú y el otro en Roma, a consecuencia de una tifoidea.
Esta segunda entrada de las tropas del emperador D. Alfonso en Córdoba consta de dos privilegios que menciona Gomez Bravo, dado el uno á Pelayo, cautivo, á 23 de junio, era de 1188, y el otro á Martin Diaz, á 19 de agosto de la misma era.
El otro fue a imitarle; pero ambos se detuvieron, sorprendidos, deslizándose luego peñón abajo... Había un herido. Maltrana se encorvaba con un pie entre ambas manos. Gómez pretendía sostenerlo; los padrinos corrían hacia él.
Paco Gómez tomó la baraja y sacó las tres sotas; pero sabiendo la debilidad de Nuncita y queriendo, según su temperamento, mortificarla un poco, hizo una señal a la que quedaba, y luego la fue manifestando al oído a algunos de los tertulios.
El vizconde se marcha seguido del señor Sharp; diez minutos después de esta visita, el maestro recibe otra: el comandante Prune le trae a un caballero moreno, de tez olivácea, que tampoco parece muy tranquilo. Le traigo a mi amigo el señor Gómez Ocervo, que tiene mañana una cuestión de honor. Gómez: el señor maestro Bouteloup, cuyo elogio le he hecho! GÓMEZ. ¡Celebro mucho conocerle, maestro!
Discutió, como si fuese un notario, todas las condiciones del matrimonio, y cuando estuvieron de acuerdo sobre todos los puntos, se levantó de su silla y dijo con una voz metálica: Señor duque, señora duquesa, tengo el honor de pedirles la mano de la señorita Germana de La Tour de Embleuse, su hija, para el conde Diego Gómez de la Villanera, mi hijo.
La familia de los Gómez de Pomar nunca había sido tan rica de propiedades y de dinero como pagada de su alcurnia, achaque muy común en la Montaña. La bambolla de un hidalguete de aquella casta, que volvió de México a principios del siglo pasado, labró sobre los cimientos del solar antiguo la casa que acabamos de ver, con la mayor parte del dinero que traía. Con el resto y las haciendas que le pertenecían en el valle y en las inmediaciones, se empeñó en sostener el lustre de su familia, elevándola de golpe a una altura en que jamás habían vivido sus fidalgos antecesores. Logró su intento vanidoso, pero no sin muy considerables mermas y quebrantos en su caudal. Al heredarle su sucesor, heredó también una buena carga de censos y de hipotecas; y como en su no larga vida no pudo verse aliviado del peso de esta cruz, recibióla también sobre sus espaldas el que vino detrás de él; pero como le pesaba mucho, antes que morir agobiado por ella, prefirió quitársela de encima a todo trance. Y se la quitó, a expensas de lo más jugoso de su caudal. Así salvó lo restante, que empezaba a ser enredado poco a poco en las mallas inextricables del préstamo usurario. Era cuerdo el hombre, y ajustó las necesidades de su casa a la medida de lo que poseía libremente para sostenerlas. No trabajó las tierras con sus manos, pero pagó el trabajo de otros para vivir él de sus productos; y en su casa y en las accesorias de ella, donde siempre había reinado el silencio enervante de la holganza y de los grandes fastidios de la vanidad infanzona, comenzaron a oírse y a respirarse los ruidos de la actividad campesina, el cencerro del ganado y la fragancia vivificante y regeneradora de los frutos sazonados de la tierra. Mi abuela paterna alcanzó aquellos tiempos, los más venturosos de la familia de los Gómez de Pomar. Su padre era un señor a la manera de mi tío Celso: campechano y sin retóricas, sencillo hasta la rudeza, y noble y sano de corazón. No tuvo más que dos hijos: mi abuela y el mayorazgo.
Palabra del Dia
Otros Mirando