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Actualizado: 19 de julio de 2025
Y llegaba él, para fijarse en su belleza marchita, inadvertida de los otros, y la despertaba misericordiosamente, tomándola en sus brazos, elevándola hasta su boca. Esta felicidad había durado poco. Un pequeño rayo de sol, una risa de oro en el limbo de su existencia: un relámpago de luz alegre, y luego la noche otra vez, la desesperación de reconocer su decadencia.
La familia de los Gómez de Pomar nunca había sido tan rica de propiedades y de dinero como pagada de su alcurnia, achaque muy común en la Montaña. La bambolla de un hidalguete de aquella casta, que volvió de México a principios del siglo pasado, labró sobre los cimientos del solar antiguo la casa que acabamos de ver, con la mayor parte del dinero que traía. Con el resto y las haciendas que le pertenecían en el valle y en las inmediaciones, se empeñó en sostener el lustre de su familia, elevándola de golpe a una altura en que jamás habían vivido sus fidalgos antecesores. Logró su intento vanidoso, pero no sin muy considerables mermas y quebrantos en su caudal. Al heredarle su sucesor, heredó también una buena carga de censos y de hipotecas; y como en su no larga vida no pudo verse aliviado del peso de esta cruz, recibióla también sobre sus espaldas el que vino detrás de él; pero como le pesaba mucho, antes que morir agobiado por ella, prefirió quitársela de encima a todo trance. Y se la quitó, a expensas de lo más jugoso de su caudal. Así salvó lo restante, que empezaba a ser enredado poco a poco en las mallas inextricables del préstamo usurario. Era cuerdo el hombre, y ajustó las necesidades de su casa a la medida de lo que poseía libremente para sostenerlas. No trabajó las tierras con sus manos, pero pagó el trabajo de otros para vivir él de sus productos; y en su casa y en las accesorias de ella, donde siempre había reinado el silencio enervante de la holganza y de los grandes fastidios de la vanidad infanzona, comenzaron a oírse y a respirarse los ruidos de la actividad campesina, el cencerro del ganado y la fragancia vivificante y regeneradora de los frutos sazonados de la tierra. Mi abuela paterna alcanzó aquellos tiempos, los más venturosos de la familia de los Gómez de Pomar. Su padre era un señor a la manera de mi tío Celso: campechano y sin retóricas, sencillo hasta la rudeza, y noble y sano de corazón. No tuvo más que dos hijos: mi abuela y el mayorazgo.
Mas en lugar de ocuparse en tan importante asunto, y dar á la renta la estension que debe tener para su fomento, no hace mucho se la recargó con nuevos empleados y sueldos, elevándola á un rango en sus gastos que jamás tuvo, y que aun no era necesario los tuviese.
En el océano Pacífico hay muchos volcanes apagados y sumergidos desde tiempos remotísimos, separados de los nuestros por millones de millones de años. Algunos de estos volcanes llegan con sus cimas casi hasta la misma superficie del mar. Los pólipos coralíferos ocupan esa cima y comienzan su construcción, elevándola gradualmente.
En él sobre lo llano de la relación, sin salirse del asunto, supo hallar salida al desempeño de su pluma, elevándola a lo docto, prudente e ingenioso de las reflejas en que conforme a la vivacidad de su claro y suscinto estilo cifra en pocas hojas materia, doctrina y erudición que pudieran llenamente coronar cualquier volumen con las glorias de obra digna de cualquier ingenio.
Luego, al empuñar con su diestra la enorme cachiporra, le pareció que se habían doblado su estatura y su vigor, sintiéndose capaz de suprimir de un golpe á cuantos pigmeos intentasen cerrarle el paso. Ahora va usted á viajar con más comodidad dijo, tomando á Popito entre dos dedos y elevándola sobre la mesa.
Palabra del Dia
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